OPINIÓN SERGIO ALMAZÁN

La Roma, el barrio siempre moderno

Hasta que el sismo de 1985 cambió su referencialidad urbana al mostrar la corrupción inmobiliaria a la que fueron objeto los vecinos, víctimas de falta de políticas habitacionales por parte de las autoridades y de los escombros.

La Roma y Condesa son el escenario de la transmutación urbana, la reconfiguración de sus espacios públicos y comercios, del uso y destino de sus viviendas, de sus habitantes, vecinos y tejido identitario.
La Roma y Condesa son el escenario de la transmutación urbana, la reconfiguración de sus espacios públicos y comercios, del uso y destino de sus viviendas, de sus habitantes, vecinos y tejido identitario. Créditos: Cuartoscuro
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Hace 120 años que comenzó la transformación urbana de la ciudad de México, era el último de los suspiros modernizadores del porfiriato. Los antiguos potreros de la zona rural llamada La Romita comenzaban a fraccionarse y convertirse en un nuevo destino para habitantes de la naciente clase media de ese iniciado siglo XX nacional: la colonia Roma, con sus exagerados palacetes, el primer barrio con su bulevar y calles alumbradas con lámparas francesas de electricidad, jardines alrededor del cuadrante de las calles con nombres de ciudades del país, fuentes y todos los avances tecnológicos. Tan pronto comenzó su trazo, avanzó la gentrificación del antiguo pueblo mesoamericano y colonial de la Romita, quienes sus originarios habitantes intentaron resistir lo inminente: la expulsión.

Por espacio de medio siglo, la colonia Roma y –un poco más tarde– su barrio vecino la Condesa representaron los hitos modernos del centro de la metrópolis, así constituyeron el eje de vida moderna, vivienda y servicios al que aspiraba la ciudad de México y sus habitantes: artistas, escritores, bohemios, actores, políticos, arquitectos, pintores, familias del posporfiriato, etc, constituyeron el vecindario de ambos barrios, marcando la vida cosmopolita. Hasta que el sismo de 1985 cambió su referencialidad urbana al mostrar la corrupción inmobiliaria a la que fueron objeto los vecinos, víctimas de falta de políticas habitacionales por parte de las autoridades y de los escombros, resistencia, nació la sociedad civil organizada para reconstruir un barrio que se vio rebasado por agrupaciones políticas y sociales que expulsaron a la fuerza y a la mala a muchos de los vecinos, como fueron las invasiones a predios por grupos como los de Superbarrio, los colectivos 19 de septiembre, entre otros, sin que hubiera manera de frenar los despojos y la reapropiación irregular de zonas en riesgo pero apetecibles para una parte de la población afectada por los sismos y  necesitada de vivienda. No hubo ni voluntad política ni esquemas institucionales que frenaran aquella invasión que perdura hasta nuestros días.

Foto: Cuartoscuro 

Derivado de este proceso y de la depresión urbana que se presentó en las colonias más afectadas de aquel desastre natural de 1985, en menos de una década la Roma y la Condesa ya estaban de nuevo pobladas, una nueva generación y habitantes llegaron: otro perfil, poder adquisitivo, proyecto futuro de desarrollo urbano se empujó con el objeto de comenzar la metamorfosis urbana de los barrios del nuevo siglo. Así se vivió otra gentrificación ahora por la apuesta a la posmodernidad. Hasta que nuevamente, un sismo rompiera el sueño metropolitano, era el 2017 y vimos desplomarse el hito cosmopolita que habían prometido desarrolladores inmobiliarios, políticas de vivienda y movilidad. La corrupción mostrada su cínico y doloroso rostro: la polvareda de los edificios caídos, que siguen sus desolados predios y las mantas de “reconstrucción por sismos” habitan entre las calles de ambos barrios que en los últimos cinco años (tras el periodo pandémico de Covid) se comenzó a trazar la nueva ruta de la expulsión y la gentrificación.

Foto: Cuartoscuro 

De nueva cuenta, la Roma y Condesa son el escenario de la transmutación urbana, la reconfiguración de sus espacios públicos y comercios, del uso y destino de sus viviendas, de sus habitantes, vecinos y tejido identitario. Esta gentrificación es global, internacional, dinámica y contundente. No es mejor ni peor, es distinta y parece ser más extendida, polarizada y politizada. Estamos asistiendo a un fenómeno generalizado en las grandes ciudades del mundo, que se suma a las migraciones, a las nuevas formas del trabajo y la vivienda, la economía y la discriminación urbana, la crisis por la vivienda, así como la ampliación de los centros urbanos que ensanchan las zonas urbanas y el despoblamiento de lo rural. Y otra vez, la Roma y la Condesa, son los hitos cosmopolitas de la modernidad, están condenadas a ser siempre absolutamente modernas, con lo que ello significa.

 

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