El acoso y hostigamiento sexual son dos de las múltiples expresiones de violencia que a diario enfrentan 6 de cada 10 mujeres en la calle, en el transporte y espacios públicos. Se trata de un problema de salud pública que se traduce en inequidad de género del derecho a la ciudad y seguridad que las y los ciudadanos debemos tener en nuestro país.
¿Por qué es tan elevada la violencia sexual en México, en especial aquella cometida hacia las mujeres? Porque la impunidad y la desigualdad de género ante la posibilidad de justicia por actos que vulneran la intimidad, la integridad y su vida se ha convertido en una normalización del machismo en los espacios públicos, en el ámbito familiar, escolar y laboral. Si bien los hombres somos parte del problema, también estas las ideologías conservadoras, las estructuras sistémicas de la moral, la economía neoliberal que pone en el centro del pensamiento el poder masculino como la base y determinación de la vida social del mundo. Subrayando la división y desigualdad entre hombres y mujeres, reforzando patrones del lugar y poder al que pueden acceder y ejercer cada uno de los géneros, otorgándole supremacía al hombre masculino.
En este sentido, el episodio de acoso sexual al que fue objeto la presidente Claudia Sheinbaum al caminar por las calles del centro histórico, evidencia el poder patriarcal en que algunos hombres lo consideran una herencia de género, la autodeterminación del hombre sobre las mujeres, como un derecho per se, el cual puede y debe ejercer para reafirmar su posición y postura mayor frente a lo disidente o diferente a su identidad sexo-genérica.
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Alzar la voz, denunciar, exigir justicia debe de ser parte de un mecanismo que rompa con la impunidad, con el objeto de visibilizar un grave y doloroso problema social que desestabiliza la integridad y libre desarrollo de las mujeres, al tiempo que promueve la ruptura de la revictimización cuando el silencio, la complicidad, la inequidad son los mecanismos de encubrimiento en ministerios públicos, en jueces y juzgadores donde queda inoperante la denuncia y el reparo del daño.
Debido a la epidemia de acoso y violencia de género que enfrentan las mujeres mexicanas, resulta mezquino, machista y agresivo desviar la atención de lo sucedido con la presidenta Sheinbaum, denostarlo o minimizarlo, porque es otra forma de agresión que va haciendo imposible romper con un virus social del patriarcado que cuesta vidas en nuestro país. Lo simbólico es también cultural, expresa en lo social y lo privado en complejo sistema de relaciones de poder que se ejercen en nuestras sociedades actuales donde aún requerimos desaprender ideologías, educación y cultura de la desigualdad de género.
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El ejercicio que esta situación, así como la violencia simbólica ocurrida a la concursante del certamen internacional de Belleza Fátima Bosh, deben propiciar en la agenda pública como en la sociedad es romper la brecha de justica entre hombres y mujeres, reducir la impunidad en la acceso e impartición de ésta donde alzar la voz, denunciar y exigir reparación del daño no sea motivo para revictimizar, así como un nuevo enfoque sobre las relaciones de género que termine con la epidemia de violencia sexual que hoy día vivimos en nuestro país.
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