Después de 35 años de haberse fundado, en 1989, el Partido de la Revolución Democrática, estamos asistiendo al fin de un partido político que marcó el inicio de la ruptura del sistema oficial en el poder de aquellos años, siendo el contrapeso necesario para construir la izquierda mexicana que nacía como respuesta a una nueva idea de país, de sistema parlamentario y social, tras la reforma electoral, la síntesis de los movimientos socialista y comunista de México, los nuevos grupos políticos que emergían del partido oficial (PRI) y la sociedad civil organizada tras los sismos de 1985.
Una generación nacida iniciado el siglo XXI, quizá no recuerde la contundente participación y contrapeso en la naciente democracia mexicana del PRD que trazaron la vida democrática del país. Basta revisar los anales memoriosos de los ideólogos del movimiento disidente del PRI que llevaron a la conformación del PRD donde estaban Cuauhtémoc Cárdenas –en 1997 primer Jefe de Gobierno de la Ciudad de México–, uno de los políticos de mayor contrapeso y crítico de los sistemas priistas y más tarde obradorista Porfirio Muñoz Ledo y Heriberto Castillo quienes le dieron forma al nuevo sistema parlamentario, voz a las luchas sociales y apertura a las nuevas discusiones de género, identidades sexuales, derechos laborales y civiles. Su activa presencia en la vida democrática y de transformación del país conformó la agenda de muchos de los Derechos Humanos que hoy gozamos las minorías sociales.
Por ello, lo que se vivió el pasado 19 de septiembre en sesión resolutiva del Consejo General del Instituto Nacional Electoral, es histórico, vimos la muerte de un partido que no supo resistir a las delicias del poder, que no pudo contender y ampliar su liderazgo entre los grupos ideológicos que con el paso de los años y las corrientes e intereses desarticularon el gran proyecto social-demócrata que fue la esencia de su origen, siendo sus propios detractores y autodestructores. Con apenas 35 años y casi seis sexenios electorales, hoy no es más que un partido en la historia política del país, sus fundadores poco a poco tomaron rumbos distintos en lo ideológico, en lo personal y en lo fundacional.
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Podemos decir que las ambiciones personales, los liderazgos egoístas, los intereses dispersos y la inercia los ahogó. Ya desde hace una década asistíamos a su destino manifiesto, cuando la ruptura entre un grupo y otro proyectó lo que hoy es la disidencia de aquellos egos el extinto PRD vs. el robusto y contundente MORENA. De aquellas filas son López Obrador, Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum, Rosario Ibarra quienes conformaron ese nuevo proyecto social-humanista que hoy los encumbra y a los que parece ya no tener contrapeso.
Estamos asistiendo al fin de un partido político y con él del contrapeso que toda democracia debe tener, la fuerza ideológica necesaria y suficiente para no concentrar el poder en un solo partido y mucho menos en una sola persona. No supo alimentar su gremio, renovar sus cuadros de intelectuales partidistas, el PRD con el paso de los años debilitó su base y optó por el camino que creyó garantizarle su presencia en las curules y ahí estuvo su condena: pensarse como personas y no como partido. Habrá que refundar la izquierda crítica, social y democrática para construir un sistema parlamentario y no tentar al monstruo del egocentrismo ideológico. Por ahora, asistimos a la muerte de una esperanza, una fuerza, un movimiento, un partido que le dio alternancia a la vida política del país, haciéndonos creer que era posible otra forma de crear Estado.
Abramos la discusión: @salmazan71