Hace más de 500 años que ocurrió el suceso definitorio en la vida de una de las más importantes civilizaciones mesoamericanas: la mexica, con la caída de Tenochtitlan y Tlatelolco y hacer prisionero al último de los tlatoanis Cuauhtémoc, dando origen al colonialismo y que no hubiera sido posible sólo con el puñado de españoles, requirió de sus aliados, entre ellos los tlaxcaltecas.
Sería aquel 13 de agosto de 1521 en que comenzó una nueva forma de ver, entender y vivir el mundo occidental; la colonialización de estas sociedades y civilizaciones hasta ese momento distintas y únicas para unificarlas en la llamada Nueva España. Tal como afirmaba Edmundo O´Gorman no se trataba del descubrimiento del Nuevo Mundo sino la invención Novohispana, con todo lo que ello significó y representa en la historia y la cultura contemporánea.
Entre muchos de los acontecimientos en materia política, ideológica, religiosa y cultural que se vivió en el proceso de colonialización, quizá el más perenne y alimentado con sus expresiones extremas, pero eficaces para la construcción de la “América Latina” ha sido el argumento de las razas y su derivado: las clases sociales. Los conquistadores fueran militares, religiosos o empresarios promovieron, fomentaron, construyeron y alimentaron argumentos que se tradujeron en conductas a partir del racismo y los fenotipos étnicos, sumándose a los cánones europeos, las categorías sexo-genéricas, las identidades culturales, las jerarquías sociales con base en la invención de las razas y el binario del género occidentalizado.
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Esta nueva base ideológica que se impregnó desde los órdenes religiosos y políticos de la Colonia, marcó una herencia que el tiempo ha agudizado en la construcción social y cultural en nuestro país: el racismo y el clasismo como determinantes en las concepciones identitarias y de pertenencia en toda la América Latina. Una falsa construcción de las razas y las clases sociales definen y determinan muchas de las expresiones de discriminación y desigualdades globales que actualmente se viven y se tienen consecuencias de inequidad y violación a los Derechos Humanos. Si bien, es una herencia, América Latina, nuestras sociedades, sistemas ideológico-culturales, economías y estrategias urbanas fomentan y promueven como un orden social de las poblaciones.
¿Puede influir un suceso histórico de 500 años atrás en nuestra manera de ser y actuar actualmente?... Se trata de una herencia colonial afianzada con la ideología de las instituciones de su momento: la iglesia, el sistema político, la educación y la invención ideológico-social de las castas, que dieron sentido e integración unificadora a las coloniales llamada La Nueva España y más tarde, América Latina. A través de conceptos y acciones que moldearon en un orden aparente a la sociedad novohispana: las castas, las razas, las identidades cis-hetenormadas que la iglesia, el Estado virreinal y las autoridades reconocían y legitimaban fueron sembrando la herencia de las castas -con todo lo que ello implicó: derechos, privilegios, discriminaciones, poder y determinación. Hoy son parte de la idiosincrasia latinoamericana, está arraigada como un complejo sistema identitario, cuasi natural de las sociedades: racismo, clasismo, sexismo. Tres claves de una misma raíz: la colonialidad que trajeron los conquistadores y alimentaron los grupos de élite nativas, mestizos y criollos. Es una herencia, pero también es una consecuencia del “aparente orden del mundo latino, que América como continente, como sistema ideológico, como cultura y sociedad no queremos desaprender y el costo ha sido enorme y para ciertos sectores es mejor continuar así: culpar a los tlaxcaltecas.
Abramos la discusión: @salmazan71