Hace unos días viajé por primera vez en la línea 3 del cablebús –que recorre el área poniente de la ciudad de Los Pinos a Vasco de Quiroga– descendí en cada una de las 6 estaciones que compone este trayecto de poco más de 5 kilómetros con el objetivo de conocer sus instalaciones y los puntos de destino. La realidad es otra desde la altura y desde esa zona con respecto al oriente de la metrópoli. Son dos usos de este medio de movilidad pública, tal es su funcionalidad que en la propia página del Sistema de Transportes eléctricos (STE) lo expresa entre sus objetivos “promover la cultura y el turismo nacional e internacional a través de once nodos culturales del Proyecto Chapultepec: Naturaleza y Cultura”. Es una idea legítima pensar la movilidad de la ciudad con fines turísticos y culturales, además de atender un rezagado tema de transporte que vive la población de la zona del pueblo de Santa fe que quedó envuelta y asfixiada por los rascacielos, las vialidades y pistas rápidas de las áreas de fraccionamientos y escuelas privadas que en treinta años han poblado el antiguo tiradero de basura de la ciudad de México.
Como es bien sabido y vivido por todas las personas que habitamos a diario la metrópoli, uno de los grandes y principales problemas es la aglomeración y conectividad insuficiente que tienen puntos estratégicos de las calles y vialidades lo que provoca hasta 40% de retraso de lo que debería ser según el estudio de impacto ambiental, movilidad y calidad que se ha dado a conocer por INMOBILIARE, donde se detallan los cientos de horas al que la gente pasa en embotellamientos. Por ello, el cambio de percepción sobre el uso del automóvil particular, personal y el transporte público debe ser parte de las soluciones. Otro de los grandes retos es la concientización de la huella de carbono que producimos con el uso de sistemas de movilidad motorizados.
En la Ciudad de México, al pensarse en el transporte público hay dos maneras de percibirse: inseguro e ineficiente o insuficiente. Ambas son realidades medibles y palpables, como también discriminatorias porque las asociaciones simbólicas del automóvil impactan sobre el valor social de quien lo tiene, lo maneja y lo utiliza. Mientras que moverse en metro, Metrobús, cablebús, trolebús o tranvía se asocia con masificación, pobreza y poco poder social. No así con los traslados en taxis de aplicación que general un aire aspiracional. Romper con el estigma sobre la movilidad está acompañado por la demanda.
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El caso de las respuestas de movilidad que en las dos últimas décadas se han planteado las autoridades, los empresarios y sociedad civil organizada sobre las opciones y alternativas viales como el caso del Metrobús, el carril confinado de bicicletas, ensanchar aceras para el peatón, son parte de un cambio y respuesta a la disminución de las horas invertidas por las poblaciones de las zonas periféricas que vienen al centro de la ciudad para trabajar, estudiar, hacer comercio o turismo. Las soluciones han sido positivas pero insuficientes, aún se requiere trabajar mucho en las opciones y alternativas de transporte y traslado. Así como en descentralizar las ofertas de vivienda, escuela, laborales y de comercio para que la ciudad crezca de forma igualitaria, con calidad y oportunidades para sus habitantes.
El cablebús de la línea 3 en la zona poniente de la ciudad de México refrenda un compromiso incluyente, de movilidad y refleja las desigualdades sociales urbanas, al ser un medio de transporte masivo reducido con fines más de turismo que atención al enorme rezago que los habitantes del pueblo de Santa Fe que están asfixiados con el otro mundo urbano que se les impuso encima lleno de rascacielos iconos del desarrollo, los otros, el poder y el porvenir.
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