México, dicen, no es un país de padres. La figura paterna suele ser más heroica que cercana. El padre provee de sustento y seguridad a la familia, pero a cambio de ello se presume ausente y rígido en el trato con sus hijos. Por otro lado, la madre es un ser apacible, dedicada al cuidado y afecto del hogar. Claro, todo esto es un juego de roles, estereotipos de género, que debemos abolir y superar.
Las nuevas generaciones están cambiando. Ahora los padres no son tan hieráticos como antes. Ya no tienen reparo en mostrar sus sentimientos dulces, ya no pretender ser figuras hoscas que instruyen con severidad por el bien de los hijos. Sin embargo, las repercusiones generadas por las dinámicas convencionales aun se mantienen en algunos espacios. Es fácil advertirlo cuando se compara la celebración del 10 de mayo con el Día del Padre.
Es verdad que no todos los padres del pasado eran estrictos y rigurosos. En la literatura, por ejemplo, hay de todo. Posiblemente el ejemplo más famoso de paternidad es el de Jean Valjean y su hija adoptiva Cosette. En Los miserables, Víctor Hugo no plantea una relación de sangre entre estos personajes, pero sí crea un compromiso por parte de Jean para cuidar y hacerse cargo de Cosette. La paternidad de Valjean es resultado del amor y de la libertad, no de la biología.
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Una vieja serie para niñas y niños presenta un caso análogo al de Valjean. ¿Recuerdan a Heidi y su abuelito Hessen. “El señor de los Alpes”, como también se le conoce al abuelo, comienza siendo un personaje serio que está acostumbrado a la soledad. No obstante, con la llegada de Heidi le toca una tarea doble: la de ser padre y madre de su nieta. La convivencia de ambos es por demás curiosa, pues así como las enseñanzas del abuelo repercuten en Heidi, la presencia de la niña logra que Hessen alegre su vida y revele el lado más sensible de su persona.
Pero quien se lleva el premio al padre más dedicado y poco suertudo es Gepeto. En la historia original de Carlo Collodi, este personaje es un carpintero pobre que busca ganarse la vida como titiritero, por lo que talla una marioneta con un bloque de madera que habla. De él nace Pinocho, quien de inmediato se vuelve el hijo de Gepetto. Las travesuras del niño de madera, sin embargo, meten en varios líos al carpintero. No sólo vende su único abrigo para comprar libros escolares que Pinocho nunca usa porque se salta clases, sino que termina siendo tragado por una bestia marina al intentar buscar a su hijo. Esas, para que vean, sí son travesuras.
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De padres malos, los ejemplos sobran. Ya he hablado de Cronos y Tántalo en años pasados pero, ¿qué tal Víctor Frankenstein? El Dr. Frankenstein no sólo abandona a su creación, sino que lo condena a la soledad tras negarse a crear un acompañante para él. O piensen ustedes en Jack Torrance de “El resplandor”. Es un padre con problemas de alcoholismo y atormentado por fantasmas que irrumpen en sus pensamientos.
Lo que es indiscutible es que la figura paterna influye de una manera u otra en la formación sus hijos, incluso si esta figura nunca estuvo presente. La paternidad no debe ser una decisión al azar, pues engloba muchas más cosas que la concepción de una vida. Implica sacrificios, cuidados, atención, pero sobre todo un compromiso deliberado por criar y amar una extensión independiente de uno mismo: los hijos.
Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzagal
(Héctor Zagal y Óscar Sakaguchi, coautores del artículo, son conductores del programa de radio “El Banquete del Dr. Zagal)