En el año 2019 participé en una investigación sobre la dimensión social de la resiliencia sísmica en México y participé en un curso sobre vulnerabilidades ante desastres socionaturales de la Universidad de Chile. En éstos, se explicaba cómo las acciones humanas que no toman en cuenta la dinámica propia de la naturaleza –sea por desconocimiento o por negligencia— tienen un impacto en las sociedades y sus territorios. Por supuesto, los terremotos de 7.8 y 7.6 ocurridos el pasado 6 de febrero que han dejado más de 40 mil muertos en Türkiye y Siria según cifras de medios árabes, me recordaron aquel proyecto y me dejaron reflexionando sobre algunas de las dimensiones que impactaron en estos países para que cientos de miles de personas estén sufriendo una catástrofe de tal magnitud.
Es un hecho que existen características intrínsecas de los territorios que pueden convertirlos en zonas de riesgo ante diversos eventos naturales como sismos, huracanes o tornados como es el caso de Türkiye y Siria, países asentados en una región de riesgo sísmico, pues por el territorio turco se intersecan tres placas tectónicas: la de Anatolia, la Africana y la Árabe Menor. Por tanto, se sabe que existe una probabilidad de que, de manera periódica, aunque no previsible, ocurran daños a la vida, la salud, la propiedad o el ambiente derivado de la ocurrencia de un sismo en dicha región y sus alrededores.
Sin embargo, en el territorio también se conjugan factores sociales, políticos, culturales, económicos y ambientales que, dependiendo cómo se desenvuelvan sobre éste, pueden hacer más resilientes o vulnerables a las comunidades que lo habitan. En este caso, los factores jugaron en contra de la población turca y siria por razones distintas en cada país.
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En el caso de Türkiye, además de que el sismo tuvo su epicentro en este país y se propagó sobre una mayor extensión territorial de éste que en Siria, diversos medios locales e internacionales apuntan a que los intereses económicos y la corrupción de gobiernos y empresas privadas fueron ingredientes que añadieron factores de vulnerabilidad para la población del sur de Türkiye.
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Resulta que una gran cantidad de los edificios turcos que sufrieron daños en las provincias azotadas por el terremoto, no cumplían con la normatividad de construcción prevista para que las estructuras sean seguras ante este tipo de eventos naturales. La indignación pública ha crecido por la lenta respuesta ante el desastre socionatural, pero también ante el hecho de que el gobierno turco, en lugar de obligar a las constructoras a cumplir con la normatividad o de demoler aquellos edificios que no cumplieran con ella, solicitó a los contratistas el pago de multas llamadas “amnistías de zonificación” en 2018, con lo que todos los incumplimientos a la normatividad diseñada para salvar vidas fueron pasados por alto y, a cambio, el gobierno se hizo de una gran cantidad de recursos económicos. Además, pese a contar con ingenieros altamente calificados, el gobierno tiene protocolos de inspección muy laxos.
Sin embargo, de acuerdo con el Dr. Bugra Gökce, Secretario General Adjunto del Municipio Metropolitano de Estambul, el problema de las amnistías de zonificación no es algo actual, pues de 1948 han sido un mecanismo para generar ingresos y proveer de servicios a la población de comunidades marginales. En 2018, se otorgaron más de tres millones de certificados a edificios que no cumplían con la normativa en Türkiye, de los cuales más 294 mil estaban localizados en algunas de las diez provincias afectadas por el terremoto. De esta manera, el sismo agudizó la desigualdad social que existía previamente en estas comunidades, al tiempo que quedó en evidencia que las políticas públicas pueden salvar o condenar vidas.
Por otra parte, Siria lleva en guerra desde 2011 y hace tiempo que el mundo se olvidó de los sirios. Muchos países europeos gastaron más en evitar que refugiados sirios llegaran a sus fronteras, que en ayudarles a reconstruir sus vidas. Desde el año 2017 el 50% de la infraestructura social básica estaba destruida o dañada y el sismo se convirtió en una catástrofe dentro de otra catástrofe.
La zona afectada por el terremoto en este país árabe corresponde en gran medida a provincias controladas por grupos rebeldes y Bashar al-Assad ha sido lento en permitir la entrada de ayuda humanitaria a la región mediante la apertura de pasos fronterizos con Türkiye. Los Cascos Blancos de Siria también han criticado a las Naciones Unidas por estar a expensas de Assad para entregar ayuda humanitaria, recordando que cada hora que pasa tras la ocurrencia del desastre es fundamental para salvar vidas. Así, la geopolítica, es decir, las rivalidades de poder que existen sobre el territorio han contribuido en la desigual respuesta ante este desastre socionatural.
Muchas de las familias que se quedaron sin casa habían sido ya desplazadas de sus lugares de origen en numerosas ocasiones huyendo de la guerra, por lo que su situación y su economía no eran buenas, incluso, muchas de esas familias son de refugiados palestinos que fueron a Siria buscando mejores oportunidades, pero que quedaron atrapadas en medio de una guerra y ahora entre los escombros.
Los servicios médicos estaban sobrepasados desde antes del terremoto y no es posible atender a todos los heridos. Por si no fuese suficiente, el invierno es crudo en estas regiones y hay comunidades que denuncian que siguen sin recibir ayuda, que están luchando por sobrevivir a las bajas temperaturas y proteger a las niñas y niños y que señalan cómo el mundo se ha olvidado de ellos desde hace muchos años.
La población más vulnerable es la más dañada y conforme llegan a su fin las labores de rescate y los equipos internacionales regresan a sus países de origen, a las comunidades turcas y sirias les espera una complicada etapa para hacer frente a la emergencia y posteriormente para la reconstrucción.
Si sus gobiernos les pusieron en situaciones tan vulnerables, es difícil pensar que la respuesta sea adecuada y suficiente para proteger a las personas sobrevivientes, cubrir sus necesidades básicas y restituir los medios y proyectos de vida de los millones que fueron afectados. En esta catástrofe, se habla de la posibilidad de que la cifra conjunta de personas fallecidas llegue a los 50 mil. La experiencia mexicana del 2017 la turca en 2023 deja en entredicho que la verdadera amenaza para las comunidades no son los sismos. Las donaciones, la solidaridad y el apoyo seguirán siendo necesarios una vez que las noticias sobre este tema dejen de aparecer.
Jeziret Gallardo
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