OPINIÓN HÉCTOR ZAGAL

¿Podemos ser felices?

Desde siempre y en diversos espacios, se nos ha enseñado a ser felices, pero: ¿Te has puesto a pensar qué es o de qué se trata la felicidad?

¿Podemos ser felices?
¿Podemos ser felices?Créditos: Pexels / Maksim Goncharenok
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¿Cuáles han sido los momentos más felices de tu vida? ¿Te consideras feliz? ¿Qué te arrebataría la felicidad? ¿Es realista aspirar a la felicidad? ¿En dónde radica la felicidad? Groucho Marx decía que “la felicidad está en las pequeñas cosas: una pequeña mansión, un pequeño yate, una pequeña fortuna”. Pero no es de Groucho de quien queremos hablarles, sino de Aristóteles.

Hace más de dos mil años, Aristóteles se preguntó si la felicidad humana era posible y, en tal caso, qué estrategia deberíamos seguir para conseguirla. Para ello, el primer paso era determinar en dónde se encuentra la vida plena.

¿El placer? Aristóteles no considera que el placer corporal sea inmoral. Al contrario, una buena dosis de placer es necesaria para llevar una vida plena. El punto es que una vida lograda no se agota en el placer del cuerpo porque el ser humano también es racional. Nuestra plenitud no se identifica con la satisfacción placentera de nuestras necesidades corporales. Además, el placer, especialmente si es intenso, es efímero, dura poco. Si la plenitud humana fuese el placer sexual, por ejemplo, ¿qué hacer cuando el desempeño sexual disminuye por la edad? ¿Estamos condenados a la frustración vital? Por otro lado, si el deseo de placer no es moderado por nuestra razón, tal deseo puede destruirnos. Pensemos en quien es adicto al alcohol o a una droga, en quien contrae una enfermedad grave por un ejercicio irresponsable de su sexualidad o en quien come desmesuradamente y enferma del corazón por ello.

¿El dinero? Tampoco es la felicidad. Es cierto que, para Aristóteles, se requería cierto nivel de riqueza para ser feliz. No obstante, la riqueza no es la plenitud humana por un motivo muy sencillo: lo bonito del dinero es gastarlo. El dinero es atractivo porque nos permite adquirir otros bienes, como la salud y el descanso. Hagamos un experimento mental. Si te ofrecieran ser la persona más rica del mundo, pero padecer una cuadriplejia permanente, ¿estará dispuestos a aceptar el trato?

¿El honor y la fama? No sería descabellado pensar que el hombre que es honrado es feliz.  Pero hay un pequeño detalle: la fama depende del reconocimiento de los demás. No es razonable que nuestra plenitud dependiese enteramente de la opinión de los demás. Por tanto, la fama tampoco es la felicidad. Esto, dicho sea de paso, es muy importante en nuestro tiempo: es un error hacer depender nuestra felicidad del número de likes en nuestras publicaciones.

¿Qué es, entonces, la felicidad humana? Aristóteles tiene un concepto sobrio de felicidad, no es la felicidad del cielo cristiano, sino una vida plena, una vida floreciente en este mundo. Se trata de un estado de equilibrio, de armonía con nosotros mismos y con los demás.

¿Cuál es la plenitud humana? Si un cuchillo para carne está bien afilado, decimos que es un buen cuchillo, pues cumple con su función, la cual es cortar. ¿Cuál es la función propia del ser humano? Una vida según la razón. Por ende, quien despliega su vida racional de la mejor manera posible es una persona plena. Ello no quiere decir que prescindamos de nuestras emociones y sentimientos; significa que una vida humana floreciente requiere del despliegue de nuestra racionalidad.

¿Y qué hacer contra los vaivenes de la fortuna? La respuesta de Aristóteles es fascinante: hemos de concentrarnos en controlar aquello que sí depende de nosotros: nuestras emociones. Frecuentemente, los sentimientos y emociones descontrolados son fuentes de desgracias que podíamos haber evitado. Pensemos en los crímenes cometidos en un arranque de ira o en las enfermedades de transmisión sexual contraídas en un momento de pasión. La virtud, pensaba Aristóteles, es el modo como el ser humano se adueña de sus emociones y sentimientos. Sólo así podremos conducir nuestra vida por un mundo incierto.

¿Esta es la receta infalible para la felicidad? Aristóteles no es un ingenuo. El despliegue óptimo de nuestra vida no sólo necesita del ejercicio de la razón y de las virtudes. Placer, salud, un mínimo de riqueza son condiciones necesarias para una vida plena; pero no basta con estos bienes para ser feliz. Y lo que es más importante, si no somos dueños de nuestras emociones, seremos veletas, incapaces de mantener el rumbo.