OPINIÓN HÉCTOR ZAGAL

Sismos en el mejor de los mundos posibles

La Tierra se mueve, se ha movido y se seguirá moviendo, sin más, sin cuidado alguno, pero también sin malicia. Somos nosotros quienes juzgamos y lamentamos su movimiento.

La madrugada del 22 de septiembre se registró sismo de 6.9 en la CDMX con epicentro en Michoacán.
La madrugada del 22 de septiembre se registró sismo de 6.9 en la CDMX con epicentro en Michoacán. Créditos: Cuartoscuro
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¿Quién se hubiera imaginado que temblaría después de un simulacro de sismo? Bueno, no es que no haya pasado ya: el 19 de septiembre de 2017 tembló una hora después del simulacro. Algo que, sin saber de estadística ni sismología, nos parece, a la mayoría, una improbable y mala broma de la vida. Pero no sólo pasó una vez. El 19 de septiembre de este año, tembló menos de una hora después del simulacro conmemorativo del sismo de 2017 y del de 1985. Ya es mucho, ¿no? ¿De qué se trata? Y por si no estábamos lo suficientemente espantados, la madrugada del 22 de septiembre tembló otra vez. Ni modo, hay que aceptarlo: México, nos guste o no, es una zona sísmica. Nuestro país “descansa” sobre cinco placas tectónicas: Caribe, Pacífico, Norteamérica, Rivera y Cocos.

Aunque los sismos nos preocupan cuando los sentimos, en realidad, la Tierra se mueve todo el tiempo. Sin embargo, hay movimientos más críticos que otros. En lenguaje chilango: unos son muy débiles, por lo que no se activan las alertas sísmicas que recorren la Ciudad de México, y otros…pues ya saben.

Los sismos ocurren como parte del movimiento de la Naturaleza. Por el momento no se cuenta con un método de predicción de temblores ni tampoco con una explicación causal respecto a por qué se han presentado, en México, fuertes temblores el 19 de septiembre de distintos años. Recordemos, primero, que los epicentros de cada uno de estos tres temblores se localizaron en distintos lugares: el de 1985, en el océano Pacífico, frente a la costa del estado de Michoacán; el de 2017, en Axochiapan, Morelos; y el de 2022, en Coalcomán, en Michoacán. Por otro lado, no parece que a la Naturaleza sepa de calendarios. Es cierto que hay ciclos reconocibles en el mundo natural, pero es muy distinto reconocer cierta regularidad en algunos sucesos a decir que al cielo le gusta llover cuando uno deja la ropa tendida.

La ciencia se ha preguntado por qué tiembla y la respuesta más simple es por el movimiento de las placas tectónicas. Sin embargo, este conocimiento científico no termina de calmarnos y, quizá, no tendría por qué. Me parece que fuera del ámbito científico, la pregunta sobre los sismos y su razón de ser tiene que ver más con nosotros que con los movimientos de la Tierra. ¿Qué provoca en nosotros, como individuos y como sociedad? Por un lado, muchos aún recordamos los horrores del sismo de  1985. El del 2017 también nos enfrentó con situaciones desgarradoras. Parece que este año la hemos librado un poco mejor. Pero la angustia no cambia: los sismos, como cualquier otro desastre natural, nos enfrentan con una incómoda verdad: hay situaciones que no están en nuestro control, que nos sobrepasan. Hay pérdidas materiales y hay pérdidas humanas, como si la Naturaleza tuviera en igual estima a un muro y a una persona.

La Tierra se mueve, se ha movido y se seguirá moviendo, sin más, sin cuidado alguno, pero también sin malicia. Somos nosotros quienes juzgamos y lamentamos su movimiento. Ante la destrucción provocada por un sismo, es difícil, como bien veía Voltaire, pensar en que este es el mejor de los mundos posibles. ¿Qué de bueno puede tener un sismo? ¿Qué justifica la pérdida de miles de vidas, de hogares, de negocios? ¿Un bien mayor? ¿Cuál? Voltaire, después de enterarse de la destrucción de Lisboa tras el azote de un sismo el 1° de noviembre de 1755 –evento al cual le siguieron un maremoto y un incendio– concluye que la Naturaleza es abundante en crueldades y la vida humana está a merced de ella. No hay bondad inherente en el mundo. Dios no interviene ni para bien ni para mal: estamos solos, vulnerables a toda suerte de inclemencias. El reproche de Voltaire es profundo y oscuro, propio de quien reconoce que la vida del ser humano apenas flota en el violento oleaje del azar.

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Les recomendamos leer el “Poema sobre el desastre de Lisboa” de Voltaire, publicado un año después del sismo, por si quisieran no un consuelo, pero sí palabras para dar forma al nudo en el estómago que, creemos, todos hemos cargado esta semana.

Si no, podrían pensar en San Emigdio, protector contra temblores.

Sapere aude! ¡Atrévete a saber!

Karla Aguilar y Héctor Zagal, coautores de este artículo, conducen el programa de radio El Banquete del Doctor Zagal.

@hzagal.   @karlapaola­_ab