Recientemente, la Casa de Aramberri, ubicada en el centro de Monterrey, fue reabierta como un restaurante de hamburguesas.
Este emblemático inmueble es conocido no solo por su arquitectura, sino por ser el escenario de uno de los crímenes más impactantes en la historia de Nuevo León, ocurrido el 5 de abril de 1933.
En esa fecha, Antonia Lozano de Montemayor y su hija Florinda Montemayor fueron brutalmente asesinadas en el interior de su hogar. A continuación te contamos más sobre esta historia.
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El crimen en la Casa de Aramberri
Antonia Lozano, de 54 años, y su hija Florinda, de 22, fueron asesinadas en su vivienda ubicada en la calle Aramberri, en el centro de Monterrey.
La escena del crimen fue descubierta por Delfino Montemayor, esposo de Antonia y padre de Florinda, quien al regresar de su trabajo en la Fundidora se encontró con los cuerpos de su esposa e hija. Florinda fue hallada semidesnuda y con señales de violencia extrema; su cuerpo estaba cubierto con un cobertor y tenía las manos amarradas, mientras que su cuello mostraba una profunda herida.
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Según los reportes policiales, la puerta de la vivienda no había sido forzada, lo que generó sospechas de que los agresores podrían ser personas cercanas a la familia. Se descubrió que algunos objetos de valor, incluyendo monedas de plata, habían sido robados, lo que apuntaba al móvil del robo.
Las investigaciones llevaron a la detención de Gabriel Villarreal, sobrino de las víctimas, junto con dos cómplices.
Los elementos de seguridad siguieron un rastro de sangre desde la casa hasta una carnicería propiedad de Gabriel Villarreal, donde encontraron pruebas que los vincularon con el crimen.
Tras las investigaciones, los responsables fueron arrestados y llevados al municipio de Zuazua para ser sometidos a interrogatorios. Sin embargo, durante el traslado de regreso a Monterrey, los detenidos intentaron escapar, lo que derivó en que fueran abatidos por las autoridades bajo la conocida "ley fuga".
Uno de los aspectos más llamativos de este caso fue el testimonio indirecto de un loro que se encontraba en la casa durante el asesinato. Según testigos, el ave repetía constantemente la frase: "¡No me mates, Gabriel, no me mates!", lo que ayudó en la investigación.