A sus 89 años, el expresidente de Uruguay, Pepe Mujica, perdió la vida a las afueras de Montevideo tras batallar contra un cáncer de esófago, según anunció el presidente y su discípulo político Yamandú Orsi, quien lamentó la partida de este hombre que fue amado por unos y odiado por otros, pero del cual te decimos cómo fue su juventud como guerrillero y sus fugas de la cárcel.
“Con profundo dolor comunicamos que falleció nuestro compañero Pepe Mujica. Presidente, militante, referente y conductor. Te vamos a extrañar mucho, viejo querido. Gracias por todo lo que nos diste y por tu profundo amor por tu pueblo”, anunció en su cuenta de X el actual presidente de Uruguay, quien rememoró no solo sus fugas de la cárcel, sino también su juventud como guerrillero.
Maestro del escape y el disfraz
Presidente de Uruguay de 2010 a 2015, Pepe Mujica nació en Paso de la Arena y de niño se dedicó a cultivar flores y verduras, corrió en el Club Ciclista Universal de Canelones, practicó futbol e hizo algo de estudio con la intención frustrada de ingresar a Derecho. La política le cambió la vida en su juventud, cuando junto con otros izquierdistas fundó el Movimiento Tupamaros, en el que antes de sus fugas de la cárcel primero se lanzó como guerrillero el 31 de julio de 1963.
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Lo apresaron dos veces y otras tantas se fugó del Penal de Punta Carretas, donde para simular ser otro vivió bajo nombres prestados, hasta que en 1970 alguien lo delató y la policía le atravesó el cuerpo con seis tiros. Lo balearon incluso en el suelo y le dañaron el bazo. Salió en libertad gracias a una amnistía en 1985, luego de que su último período en la cárcel duró 13 años desde 1972.
De guerrillero a figura política
Como guerrillero asaltó bancos, fue herido de seis balazos, protagonizó algunos de los años más sangrientos de su país y sobrevivió como preso durante 15 años en una celda sin luz, pero supo redimirse hasta transformarse en una de las figuras políticas más trascendentes de su país.
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Para sus adversarios merece el infierno por su pasado de muerte y violencia. Ahora que ya no está, algunos no dejan de espantarse por su liderazgo para ganar y gobernar sin barones feudales, sin clientelismos ni aparatos sindicales enquistados en el poder con líderes despreciables, así como por su agitada discusión interna que se guía por un principio de sensatez elemental: El que pierde se va y no debe reformar la Constitución para perpetuarse. Tan sencillo como eso.