Antes de ser Mérida, fue T’Hó. Así se conocía a esta ciudad maya de gran relevancia histórica y espiritual para la región, que hoy sigue siendo clave para entender la identidad de Yucatán.
El pasado oculto bajo las piedras coloniales
Cuando los españoles llegaron a la península de Yucatán en el siglo XVI, no se toparon con un territorio vacío. Se encontraron con una gran urbe maya conocida como T’Hó, que en lengua maya significa “cinco cerros”, y que anteriormente también recibió el nombre de Ichcaanzihó, es decir, “cara del infinito”. Sobre sus templos, plazas y observatorios, los conquistadores construyeron la actual ciudad de Mérida.
Según información oficial del Gobierno del Estado de Yucatán, fue el 6 de enero de 1542 cuando Francisco de Montejo “El Mozo” fundó la ciudad sobre los vestigios de T’Hó, reutilizando las piedras de sus edificaciones mayas para levantar templos cristianos y edificios coloniales, como la Catedral de San Ildefonso, considerada la más antigua de América continental.
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Centro ceremonial y político del mundo maya
Esta ciudad no era cualquier asentamiento. Se trataba de una gran capital maya, sede de poder, conocimiento astronómico y ceremonial. Cronistas e historiadores como Juan Francisco Molina Solís y Eligio Ancona la describen con grandes templos, palacios elevados, plazas amplias, cenotes y una compleja organización urbana con avenidas que salían hacia los cuatro puntos cardinales.
En su momento de esplendor, era conocida como Noh Cah Ti Hó —“el Gran Pueblo de T’Hó”—, una ciudad preeminente en la región del Mayab. Algunos especialistas consideran que fue un bataboob independiente, es decir, una entidad autónoma no subordinada a ninguna capital maya.
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Su legado en la Mérida actual
Hoy, al caminar por el Centro Histórico de Mérida, aún se respira parte de ese pasado. Bajo los edificios de cantera y los arcos coloniales, descansan los cimientos de una civilización milenaria. El trazo urbano, con sus calles en forma de tablero de ajedrez, sigue la lógica impuesta por los conquistadores, pero el alma de T’Hó perdura en las tradiciones, en la arquitectura y en la historia viva que habita en la capital yucateca.
