Una de las vistas más detalladas jamás captadas del universo ha sido revelada por el Telescopio Espacial James Webb, que enfocó su lente infrarroja en NGC 1514, una nebulosa planetaria ubicada a 1.500 años luz en la constelación de Tauro.
Esta nebulosa, el resultado de los últimos estertores de una estrella moribunda, ha sido observada con una nitidez sin precedentes, revelando una compleja red de anillos de polvo, estructuras moteadas y un centro cargado de oxígeno, lo que la convierte en una auténtica obra de arte astronómica.
Una danza estelar de miles de años
En el corazón de esta nebulosa se encuentran dos estrellas en estrecha órbita, que aparecen como una sola en la imagen del Webb. Una de ellas, mucho más masiva que el Sol, expulsó sus capas externas, dejando tras de sí una estrella enana blanca. Esta interacción estelar, que lleva desarrollándose por al menos 4.000 años, ha dado forma a un entorno turbulento de gas y polvo en constante transformación.
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Aunque a simple vista parece una figura derramándose, las observaciones del Webb sugieren que NGC 1514 posee una estructura tridimensional similar a un reloj de arena con extremos recortados.
El ángulo de observación (unos 60°) distorsiona nuestra percepción, pero los patrones en forma de "V" revelan una cintura estrecha causada posiblemente por el acercamiento extremo de ambas estrellas durante su evolución.
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Lo que Webb no detectó también resulta intrigante. A diferencia de otras nebulosas planetarias, NGC 1514 carece de hidrocarburos aromáticos policíclicos, compuestos ricos en carbono que suelen abundar en estos ambientes. Esta carencia podría deberse a la constante mezcla de materiales provocada por las órbitas de las estrellas centrales, que no dejó tiempo suficiente para la formación de moléculas complejas.
Un legado que comenzó en el siglo XVIII
Aunque su imagen más deslumbrante ha llegado en 2025, NGC 1514 ya había despertado curiosidad desde 1790, cuando el astrónomo William Herschel la observó y la describió como uno de los primeros objetos verdaderamente nebulosos del cielo profundo. Más de dos siglos después, la tecnología moderna permite desentrañar sus secretos más íntimos.
