Durante los años de hegemonía del PRI circulaba un dicho mordaz y realista: “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”. El presupuesto federal no sólo era un instrumento de gobierno; era el garante de la lealtad política y de la supervivencia económica. La mayoría de los mexicanos, en mayor o menor medida, tenían un priista en el corazón, porque allí residía la esperanza de conseguir un empleo, un contrato o un favor que hiciera la vida un poco más llevadera.
Hoy, con los matices propios del siglo XXI, la escena se repite. La hegemonía de Morena ha instaurado una lógica semejante. Solo dentro del partido oficial —o de sus satélites, como el PT o el Verde— hay futuro político y, sobre todo, recursos. Fuera de Morena no hay cheque, ni cargos, ni perspectiva. Fuera de Morena, “no hay salvación”.
La oposición es frágil e incompetente. Es una oposición testimonial, como si su papel fuera únicamente el de decorar la democracia. No es arriesgado suponer que en las elecciones intermedias el PRI quedará reducido a su mínima expresión.
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Frente este panorama, los políticos siguen la consigna darwiniana de adaptarse o morir. Cambiar de partido no es visto como una traición, sino como un trámite. A fin de cuentas, la movilidad ideológica ha sido siempre parte del oficio político.
Pero esta bonita tradición, no es un invento mexicano. En la historia de Francia, hubo un camaleón político que hizo de la flexibilidad ideológica una verdadera obra de arte. Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord (1754-1838), obispo secularizado, supo navegar con una habilidad que supera el cinismo de cualquier político mexicano. Sirvió al Antiguo Régimen de Luis XVI, se acomodó después bajo la Asamblea Revolucionaria y el Directorio republicano, se volvió indispensable para el emperador Napoleón Bonaparte, supo apartarse a tiempo para congraciarse con el regreso de los Borbones bajo Luis XVIII y todavía tuvo arrestos para sobrevivir a la revolución de 1830 asesorando al rey Luis Felipe de Orleans.
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La trayectoria de Talleyrand prueba que la fidelidad en política, más que virtud, suele ser un lujo. Lo importante es la supervivencia. De ahí que los políticos que hoy se deslizan de un partido a otro en México no hagan más que repetir, en clave tropical, la vieja astucia francesa.
Nuestra política está llena de pequeños Talleyrand: diputados que cambian de bancada al menor viento, gobernadores que se reinventan como aliados del nuevo régimen, senadores que hacen de la “flexibilidad” su credo más firme. La constante es la misma: no se trata de sostener una ideología, sino de encontrar el resquicio que permita conservar poder, presupuesto y relevancia. La política es un arte de supervivencia más que de convicciones, dicen algunos. Y en ese terreno, México no tiene nada que envidiarle a la Francia de Talleyrand.
(Héctor Zagal, autor del artículo, es profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana y conductor del programa de radio “El Banquete del Dr. Zagal” todos los miércoles a las 21:00 y los sábados a las 17:00 en MVS 102.5 )
