OPINIÓN HÉCTOR ZAGAL

El reglamento fantasma

Los infractores han hecho de la ciudad su feudo: el trailero, el microbusero, el motociclista. La calle es su reino. La autoridad no gobierna; abdica.

La explosión de la pipa de gas en Iztapalapa es uno hecho más de que el reglamento de tránsito, es un reglamento fantasma, dice Héctor Zagal.
La explosión de la pipa de gas en Iztapalapa es uno hecho más de que el reglamento de tránsito, es un reglamento fantasma, dice Héctor Zagal.Créditos: Cuartoscuro
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En su primer dictamen, la Fiscalía de la Ciudad de México asegura que la explosión de la pipa de gas en Iztapalapa se debió al exceso de velocidad del conductor. No es la versión definitiva, aclara la fiscal. Pero, ¿realmente necesitamos esperar confirmaciones? Quienes conducimos con frecuencia en carretera sabemos que los tráileres circulan como si fueran dueños del asfalto. En la México-Puebla, la México-Toluca o la México-Querétaro, los camiones se desplazan a la velocidad que les viene en gana. Lo sorprendente no es el accidente de Iztapalapa; lo sorprendente es que no ocurran más.

La impunidad en el manejo es la regla, no la excepción. Y si de ejemplos hablamos, los motociclistas en la Ciudad de México han convertido la violación del reglamento de tránsito en un deporte extremo. Hace apenas unos días lo comentamos: rebasan por donde quieren, serpentean entre autos y terminan engrosando la lista de heridos en las salas de urgencias.

Los microbuses no se quedan atrás. Son legisladores de facto: deciden dónde parar, aunque sea en los carriles centrales del Periférico. El caos vial es democrático: los automovilistas particulares tampoco respetan ciclistas ni peatones. Y estos últimos, para no quedarse fuera, cruzan avenidas de alta velocidad ignorando los puentes peatonales, como si jugaran a la ruleta rusa.

Yo mismo atravieso a diario Avenida Revolución y Barranca del Muerto. Ahí, cada vez más conductores de transporte público y de autos particulares dan vuelta en sitios donde está expresamente prohibido. ¿Qué pasó? Alguien lo hizo una vez, no hubo sanción, y lo que era infracción se volvió costumbre. Esa es la pedagogía de la impunidad: cuando no se castiga, se normaliza.

Mientras tanto, murió la mujer que protegió con su propio cuerpo a su nieta de las llamas. Un acto heroico, sí, pero que no debió ser necesario. No era ella quien debía cuidar a las víctimas, sino la autoridad. Y si el reglamento de tránsito se aplicara, lo más probable es que esa tragedia jamás hubiera ocurrido.

La omisión gubernamental es cómplice. Y entonces surge la pregunta: ¿qué les cuesta aplicar la ley? Porque al final, los infractores han hecho de la ciudad su feudo: el trailero, el microbusero, el motociclista. La calle es su reino. La autoridad no gobierna; abdica.

(Héctor Zagal, autor del artículo, es profesor de la Facultad de Filosofía de la Univerisidad Panamericana y conduce el programa de radio “El Banquete del Dr. Zagal” los miércoles a las 21:00 y los sábados a las 17:00 en MVS 102.5)