OPINIÓN DANIEL JACOBO

La disyuntiva de los 'otros datos'

El legislativo salvadoreño ratificó una reforma que permitirá la reelección indefinida de Bukele.

Nayib Bukele, presiden de El Salvador.
Nayib Bukele, presiden de El Salvador.Créditos: EFE
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Parece que se ha convertido en la norma vivir bajo la “realidad” de los “otros datos”, porque si poco o nada importan ya los hechos en los discursos políticos, qué van a andar importando los datos que respaldan esos hechos.

Cabe aclarar que no estamos hablando de México, en donde desde hace siete años es más fácil inventarse unos datos en lugar de aceptar la dura realidad de las complejidades que atraviesan un país como el nuestro.

El caso ahora es El Salvador, en concreto el de su presidente Nayib Bukele, quien aprovechando el enorme respaldo público con el que cuenta (una tasa de aprobación del 85% según un estudio de la Universidad Centroamericana Jesuita), ha empujado de a poco su permanencia en el poder, de forma “legítima”, hasta donde tope.

El hecho más reciente ocurrió el 31 de julio, cuando el legislativo salvadoreño ratificó una reforma que permitirá la reelección indefinida de Bukele, además de extender su mandato presidencial de cinco a seis años.

Bukele respondió a las críticas por el tinte autoritario de la reforma afirmando que el 90% de los países desarrollados permiten la reelección indefinida y 'nadie se inmuta'. También se anticipó a quienes señalan que esta práctica es típica de sistemas parlamentarios, no presidencialistas, para justificar su decisión.

Esto, me parece, es indispensable ponerlo bajo doble filtro.

¿Por qué? Primero, porque habrá que hacer una distinción entre países desarrollados y subdesarrollados con un sistema presidencialista. Entre los desarrollados que ingresan en la categoría de desarrollados, al menos de la región, son los Estados Unidos y Uruguay. Y en ambos hay reelección, pero con límites: en el caso de EEUU, es una reelección consecutiva, mientras que en el de Uruguay también es una pero no consecutiva.

De las naciones no desarrolladas, que tienen un sistema presidencialista y que permiten reelección indefinida, los ejemplos son para llorar: Venezuela, con un presidente que lleva 12 años en el cargo tras elecciones “limpias” cada seis; y Nicaragua, en donde ya no solo gobierna el dictador de Daniel Ortega (lo hace desde 2007), sino que ahora comparte el poder dictatorial con su esposa Rosario Murillo, gracias a una figura que se inventaron: copresidencia de la República.

Regresando al punto de “naciones desarrolladas que permiten la reelección”, hay que dar mayor contexto: esas naciones no tienen un sistema presidencial, sino, en su mayoría, tienen un sistema parlamentario.

Por ejemplo el caso de Angela Merkel y su reelección indefinida como canciller de Alemania.

Merkel fue canciller alemana durante 16 años porque fue la principal candidata de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y, en coalición con otros partidos, logró sus triunfos electorales.

Pero esas votaciones son por los partidos, no por la candidata. Cómo en cada elección la CDU obtuvo la mayor cantidad de votos, Merkel, como principal líder del partido, pudo formar gobierno en cada ocasión.

Si había descontento en su momento, los alemanes no tenían que esperar a que fuera año electoral: Merkel podría haber sido depuesta del cargo si perdía respaldo suficiente en el Parlamento, a través de una moción de censura.

Con Bukele no sucederá así: los salvadoreños tendrán que esperar el año electoral para poder reemplazarlo, a menos que termine por controlarlo todo y las elecciones “libres” terminen por completo.

O peor aún: que el pragmatismo llegue a los salvadoreños. Es decir, qué importa que un hombre tenga todo el poder, siempre y cuando puedan vivir tranquilos; la percepción de seguridad cambió radicalmente de 2019 a 2023, pasando del 70.4% de salvadoreños que consideraban a la delincuencia como el principal problema del país, a tan solo el 4.3% según el Instituto Universitario de Opinión Pública.

El discurso populista se mantiene fuerte cuando se inventan datos una y otra vez hasta que la gente se los crea; pero será casi imbatible cuando la sociedad sea seducida por un resultado positivo.

Será entonces cuando no importará la falta de libertades, la nula transparencia y el uso faccioso de las instituciones; salir de ahí, en un futuro, será casi imposible.