El 5 de julio, Birmingham, Reino Unido, despidió a sus hijos pródigos: Tony Iomi, Bill Ward, Geezer Butler y Ozzy Osbourne. Black Sabbath volvió a casa para despedirse ante sus amigos, su legado, su familia y su legión. Desde su trono negro, Ozzy ofreció su último concierto. Abatido por la enfermedad, encontró la fuerza en sus compañeros para cantar su alma y despedirse como siempre lo deseó: arriba del escenario.
John Michael Osbourne nació en 1948, en un pueblo obrero en la época de post-guerra. Su destino prácticamente estaba forjado en el hierro de la industria, hasta que escuchó por primera vez a The Beatles. Casi por casualidad, encontró en Tony, un amigo marginado con ideas nuevas y atrevidas. Inspirado por las películas de terror, fundaron Black Sabbath, una banda que, desde el primer álbum, se distinguió por su sonido más pesado y oscuro. Un accidente industrial le había quitado parte de sus dedos a Tony, lo que lo obligó a bajar el tono y la tensión de su guitarra. Las letras de Ozzy encontraron casa en los riffs cuasi-demoníacos de Iommi. Nació el heavy metal.
Durante los 70, Black Sabbath daría forma a un nuevo estilo de escuchar rock y a una nueva comunidad. Sentó las bases del metal al integrar los riffs del blues y rock, con algunos toques de jazz en la batería y el virtuosismo de la guitarra, pero siempre en una tónica pesada, como si la maquinaria de Birmingham abriera la boca del averno.
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Sin embargo, el rock consumió la vida de Ozzy con tabaco, alcohol y drogas. Su vida de excesos mermó en su relación con la banda, hasta que en 1979 fue despedido de ella. Se recluyó por meses en un cuarto de hotel para destruirse. Fue ahí donde el Príncipe de las Tinieblas encontró a su ángel guardián: Sharon. Ella lo convenció de ser su agente e iniciar una carrera solista. Ella vió el potencial en su voz, más allá de su imagen de borracho. Ella vió en su interior el alma herida y noble de un hombre que deseaba amor. Ella vió a su futuro marido y padre de sus tres hijos: Aimee, Kelly y Jack.
Sharon convirtió a Ozzy en un exponente mundial del rock durante los 80. Su imagen macabra y al mismo tiempo vibrante, atraía a la multitud, no solo por la polémica, sino por el carisma y fuerza de su voz. Su ojos penetrantes contagiaban locura; su risa abría la puerta del más allá; su boca arrancaba cabezas (literalmente de murciélagos y palomas); sus gritos hacían temblar las entrañas y escupir demonios.
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Aún sin Black Sabbath, Ozzy prosperó con una banda cambiante que traducía sus ideas infernales en deleites mortales. Randy Rhodes, su guitarrista por solo dos años, fue quien le regaló los rayos a su gran tormenta, con riffs y solos inigualables como los de “Crazy Train” y “Mr. Crowley”. Su temprana muerte dejó una marca en Ozzy, pero un legado infinito en millones de guitarristas alrededor del mundo, principalmente en sus sucesores dentro de la banda: Gus G, Jake E. Lee y Zakk Wylde.
Hay que recordar, el Príncipe de las Tinieblas era un humano como todos nosotros. El reality show “The Osbournes” nos dio una mirada del Ozzy padre de familia, que adora a sus hijos, a su esposa, a su gato y a los burritos. Un hombre común que, tras años de excesos en la música, encontró la paz al lado de su familia de sangre y elegida.
Saldrán un sinfín de historias, algunas infames como la gran pelea doméstica con Sharon o la vez que orinó sobre el Álamo; pero considero más valiosas sus historias de redención, aquellas donde se ganó de nuevo la confianza y el amor de su esposa, donde inspiró a nuevas generaciones a tomar un instrumento y seguir sus sueños, donde miró al público a los ojos y les entregó su cuerpo. Esa cáscara frágil le cobró factura: el Parkinson deterioró su sistema nervioso; dos cirugías en la columna empeoraron su condición, al punto que prácticamente ya no podía caminar. Sin embargo, la voz le permitió hacer un último álbum y un último concierto.
Ozzy encontró redención en la música y, quizá sin querer, creó en ella una comunidad: llena de incomprendidos, de perdidos, de hambrientos, de marginados, de solitarios, de rotos. Encontró una forma hermosa para expresar la oscuridad de su alma. Su grito de autodestrucción, miedo y dolor, unió a millones alrededor del mundo que sentían lo mismo.
El 22 de julio, Ozzy Osbourne falleció a los 76 años. El Diablo vino a reclamar su alma, pero Ozzy ya se le había adelantado: se la entregó a su público tres semanas antes. Hoy, El Príncipe de las Tinieblas regresa a su reino.
