La palabra bigotto proviene del francés bigot y desde el siglo XV se utilizó para referirse a los grupos o personas excesivamente religiosas en sus juicios morales y sociales; más tarde, en Italia se comenzó a popularizar como una expresión que definía a la intolerancia y el conservadurismo. Con los siglos, la palabra parece normalizar una práctica que hoy día resulta ser ejercicio discriminatorio hacia los derechos humanos, por parte de grupos o personas que se oponen a la diversidad genérica, sexual e incluso ideológica.
Vivimos tiempos de regresiones y oposiciones ideológicas, morales, sexuales y políticos que llevan a posturas extremas que pueden provocar actos de censura, personas bigottas ante lo distinto, lo diferente, lo ajeno a las percepciones y creencias propias. Esta sensación lo experimenté en mi reciente visita a la galería Borghese en Roma, donde se encuentra una escultura de arte romana llamada “Ermafrodito addormetatto” copia del siglo XVIII que hace referencia al mito griego del hijo de Hermes y Afrodita que representa la unión de ambos sexos y que en la biología y sexualidad se refiere a las personas intersexuales -que según registros en el mundo cerca del 2% de la población pertenece a este rubro- y que hoy se encuentra parcialmente exhibida, dando la espalda a los espectadores, sin que el visitante pueda ver justamente el motivo de la escultura.
Si el arte es la expresión libre, lúdica y simbólica para poder abordar temas, ideologías y emociones que de otra forma pueden generar polémicas, discriminaciones o censuras, el que comencemos a ver con mayor frecuencia, en distintos museos, países, galerías o eventos culturales muestras e indicios de censura (basta recordar lo ocurrido con la exposición La Venida del Señor de Fabian Chairéz) nos advierte que los anti desechos están ganando y apoderándose de espacios de la diversidad donde la cultura es el vehículo para visibilizar las diferencias.
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Estamos por iniciar el mes de junio y en el mundo se define como el tiempo de las diversidades sexuales, de género y derechos LGBT y las empresas hipócritas y convenientes a la mercadotecnia nos decorarán sus empaques de arcoíris, pero en las prácticas y políticas públicas, comerciales, institucionales, religiosas y educativas los antiderechos están ganando presencia en todos los hábitos que parecían haberse conquistado durante décadas de luchar por ganar presencia, respeto e integración social y pública.
Ojalá que los bigottos no sean más que los liberales y no estemos frente a un nuevo ejercicio de censura desde el arte, la cultura y las ideas estéticas porque estaríamos ante el oscurantismo de los nuevos tiempos donde la violencia y el poder se está metiendo a nuestras camas.
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