¿Les gustó la nueva versión de Blanca Nieves? En esta adaptación, la protagonista ya no se llama así por el color de su piel, sino porque nació en medio de una tormenta de nieve. Tampoco hay príncipe, sino un joven plebeyo, y Tontín es un joven acosado por sus camaradas. Todo esto, según los creadores, para evitar el racismo y el clasismo y la exclusión. La intención es clara: adaptar los cuentos de hadas a las sensibilidades actuales. Pero... ¿a qué costo?
El dilema no es menor. ¿Debemos modernizar estas historias hasta desdibujar sus símbolos, o conservar la fantasía en su forma tradicional, aunque no encaje con los valores contemporános?
Desde siempre, el ser humano ha querido llevar lo fantástico al mundo real. Al principio, fueron cuentos narrados alrededor del fuego; después, historias escritas por genios como Perrault o tipos algo sádicos como Andersen. Con el cine llegó la revolución: La Cenicienta de Georges Méliès en 1899 mostró que la magia podía proyectarse en pantalla. Pero fue Blanca Nieves (1937) de Walt Disney la que marcó un antes y un después.
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Disney entendió que la animación no tenía que imitar la realidad, sino superarla. Sus películas ofrecían mundos donde la fantasía era total y, por eso mismo, creíble. Pinocho, La Bella Durmiente, El Libro de la Selva... todas compartían ese espíritu de encantamiento. Pero no todo el cine animado siguió esa línea. Mientras Disney apostaba por la dulzura, los Looney Tunes preferían la sátira. Adaptaban cuentos clásicos, sí, pero para burlarse de ellos, con un humor que era también crítica al propio medio.
En otros extremos, estudios como Ghibli o directores como Guillermo del Toro han mostrado que el cine de fantasía puede ser profundo, incluso doloroso. El Viaje de Chihiro o Pinocho (la versión de Del Toro) hablan de pérdida, guerra, muerte, sin perder el encanto del mito.
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¿Y entonces? ¿Nos quedamos con los cuentos de hadas clásicos, donde las princesas son buenas y bellas, y las brujas, feas y malas? ¿O preferimos narraciones que explican la maldad de los villanos con traumas infantiles y contextos sociales? Ambos enfoques tienen algo valioso. Pero es importante no perder de vista que la fantasía no está para imitar la realidad, sino para iluminarla desde otro ángulo.
Necesitamos historias que nos recuerden que los sapos pueden ser príncipes, que hay dragones por vencer y que los ogros —si hay justicia poética— se comen a los funcionarios de hacienda.
(Héctor Zagal, profesor de la Universidad Panamericana, y Emilio Montes de Oca, coautores de este artículo, conducen el programa de radio “El Banquete del Dr. Zagal” en MVS 102.5)
