Tengo una sobrinita de tu edad; bueno, en realidad es una sobrina nieta. Le encanta leer cuentos de dragones y le gusta regalarme dibujos cuando me visita en casa. Mi niña entra a hurtadillas a mi estudio y los coloca sobre mi escritorio: “Para mi tío Héctor”. Sus dibujos iluminan mi semana.
Si mi pequeña hubiese sufrido lo que tú sufriste, hoy no tendría cabeza ni fuerzas para escribir estas líneas. Posiblemente ni siquiera tendría las fuerzas suficientes para seguir viviendo. Lo único que le daría aliento a mi vida sería la rabia, el deseo de que todos los desgraciados que tuvieron que ver con tu muerte sufrieran, aunque fuese un poco, el dolor que tú, pequeña, padeciste.
Cuando leí las noticias, se agolparon en mi imaginación tus últimos momentos, tus lágrimas, tu mirada aterrada, tus estertores. Te asfixiaron, dice el periódico. ¡Puta madre! ¿Quién fue capaz de matarte? He intentado no pensar en ello. Al final, quise ponerte estas letras por si sirviesen para que nunca jamás ninguna niña, ningún niño sea víctima de la atrocidad que te arrebató la vida. Dudo, sin embargo, que sean de alguna utilidad. Pero es lo único que puedo hacer: escribir y llorar. Soy incapaz, Camila, de imaginar la lacerante acidez de las lágrimas de quienes te amaron en vida. Ojalá pudiese hacer algo para mitigar esa amargura.
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La justicia humana debe castigar tu muerte de manera ejemplar. El castigo debe ser tan duro, tan contundente, que ninguna otra persona se atreva a repetir esa brutalidad. ¿Me faltan estudios de psicología y de sociología? Sin duda: escribo estas líneas desde mi corazón, no desde la ciencia. A tales sabios les dejo la tarea de “explicar” el crimen. Yo exijo castigo. Un castigo justo, legal, según la ley, pero un castigo absolutamente ejemplar.
Algunos eruditos cuestionan la justicia vindicatoria, la de la venganza legal. Tales sabios afirman que la justicia debe centrarse en la reparación del daño y en la reinserción del victimario. En abstracto, concuerdo con ellos… pero, ¡chingada madre!, ¿quién puede reparar el sufrimiento que te provocaron y la inmensa estela de dolor que les queda a quienes te amaban? ¿Una persona capaz de matar y torturar a una niña puede reinsertarse en la sociedad? Algunos teólogos medievales argumentaron que, así como es lícito cortar un brazo gangrenado para salvar al cuerpo, también es lícito extirpar a ciertos criminales de la sociedad para salvaguardar el bien de la comunidad. No lo sé. Nunca he sido partidario de la pena capital. Pero cuando pienso en ti, creo que el mundo sería un lugar mejor si tus asesinos nunca hubiesen nacido. Y que conste que afirmo contundentemente que nadie puede hacerse justicia por propia mano…
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Los burócratas de todos los niveles ya están echándose culpas los unos y los otros. Cínicos. Hipócritas. Falsarios. Ojalá alguno de ellos se atreviese a asumir su parte de responsabilidad. Ojalá alguno tuviese la valentía de aceptar que no, que tu muerte no es un incidente, un número, un hecho aislado. Algo estamos haciendo mal los mexicanos. Esta violencia no es normal. Tu muerte debe conmovernos a todos. Nunca más. Nunca más un féretro blanco con una niña de ocho años asesinada. Nunca más ese dolor. Nunca más.
Tu ausencia ha hecho de este mundo un peor lugar para vivir. Algunos políticos harán como que no pasa nada. Les importa conservar el poder y la popularidad; no el dolor de tu ausencia. Dudo que sean capaces de derramar una lágrima de compasión al contemplar el dolor de quienes te sobreviven. En un par de días, serás estadística. Camila, ellos intentarán borrar tu memoria para que no ensucies con tu sangre inocente sus inmundas redes sociales.
Algunos cobardes intentaremos olvidarte lo más pronto posible. Volveremos a nuestra vida, a nuestros pequeños placeres, a nuestro trabajo y nuestra vida prosaica. Levantaremos los hombros displicentemente y pontificaremos con aires de filósofo estoico: “¡Qué horror! Pero, ¿qué puedo hacer yo?”. Y regresaremos a nuestras ocupaciones cotidianas, procurando cambiar de tema cuando alguien hable de ti. Así somos los seres humanos, frívolos, pusilánimes: “Yo no puedo hacer nada” …
Camila, es cierto, no puedo hacer nada por ti. Ya no estás con nosotros. No puedo aliviar el dolor infinito de quienes te amaron. No logro comprender cómo alguien se atrevió a asfixiarte. Ocho años... Simplemente no puedo comprender qué pasó por las cabezas de los criminales. Los humanos cometemos muchos errores, muchísimos errores, yo los he cometido, pero lo que te hicieron a ti no es un error, es un crimen atroz que merece castigo.
Desconozco los entresijos legales y las circunstancias del crimen. No sé si el caso dé un vuelco y aparezcan nuevos “elementos en la investigación”. No sé con certeza ni quién ni cómo te asesinaron. Eso, quiero pensar, lo dilucidará la autoridad. Pero sí hay un hecho indiscutible: te asesinaron. Hoy deberías estar aquí, con nosotros, corriendo, saltando, sonriendo, iluminando con tu existencia este mundo de mierda con tu inocente mirada. Y hoy, Camila, hoy ya no estás con nosotros.
Héctor Zagal