Mañana, 28 de agosto, inicia el ciclo escolar 2023-2024. Se espera que más de 20 millones de estudiantes regresen a las aulas en los niveles de preescolar, primaria y secundaria.
Hoy los padres de familia aún forran libros y libretas. Se acabaron las maravillosas vacaciones de los pequeños; se les acabó la libertad para levantarse y para acostarse cuando quisieran. Claro que a la mayoría de los padres les alegra que sus chamacos regresen al aula en lugar de que se la pasen brincado en la sala y viendo Netflix. Algunos padres, para consolar a sus hijos, les han comprado una mochila colorida. Nuevos útiles, nuevos uniformes, altísimas inscripciones: las tarjetas de crédito, ¡a tope! Regresa el tráfico intenso a las ciudades, pero también regresa una triste realidad contra la que muchos niños tendrán que enfrentarse: el bullying. Quienes ingresan a la secundaria, son los más temerosos.
Este concepto apareció por primera vez en 1978, en el libro “La agresión en las escuelas: Los bulíes y niños agresivos” del psicólogo escandinavo Dan Olweus. En este texto, Olweus analizó varios estudios sistemáticos sobre los suicidios de adolescentes y descubrió que estaban relacionados con agresiones físicas y emocionales que los jóvenes habían experimentado antes de suicidarse. Olweus configuró estas actitudes de hostigamiento dentro del concepto de “Bullying”.
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El nombre proviene del vocablo en inglés “Bull” (toro) pues, al igual que un toro, el agresor siente que puede pasar sobre otros sin consideraciones. Olweus también eligió esta palabra por su similaridad con “Mobbing”, un término utilizado para describir el comportamiento de algunos pájaros que atacan a un individuo de otra especie.
Según Olweus, para que una agresión pueda ser considerada como bullying debe cumplir con las siguientes características: 1) la violencia es intencional; 2) la víctima se percibe vulnerable; 3) el acoso se da en relaciones de pares o iguales y 4) la violencia es repetitiva y continua.
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Otro asunto, mucho más grave es el acoso y agresión de un maestro hacia un estudiante. Este segundo tipo de acoso es mucho más grave. (¿Alguna vez les conté que en kínder una maestra me acosó escolarmente? Me amenazó con decirle algo a mis padres. Por suerte, ellos lo advirtieron, encararon al maestro y a la directora, y me llevaron a la Freinet, una escuela activa, donde pasé un par de años muy felices. Si eso hubiese sucedido hoy, esa mujer estaría, quiere creer, en la cárcel).
Aun cuando el bullying sea un concepto reciente, este tipo de acoso tristemente se ha practicado desde muchos siglos atrás. Conservamos registros de bullying en la Grecia clásica, entre ellos, en la Academia de Platón. Según un tal Basilio, quien fue estudiante de esa institución, los recién llegados debían sufrir por una especie de novatada donde eran sometidos a preguntas comprometedoras. Sus respuestas definían las relaciones y el trato que los demás alumnos de la Academia les darían, por lo que prácticamente estaba en juego el respeto y la posible integración de los novatos. (Y, por cierto, “Platón” es un apodo, que quiere decir algo así como “hombros grandes”. Su verdadero nombre era Aristocles…)
Años más tarde, en el 530 d. C., el emperador Justiniano prohibió las novatadas entre los estudiantes de Derecho de la ciudad de Constantinopla. ¿La razón? Algunas de ellas, habían costado la muerte de muchachos, incluso de profesores.
En la Edad Media, las novatadas no sólo regresaron, sino que vivieron su auge en la las universidades recién creadas. Hubo un estudiante de teología callado y obeso, a quienes sus compañeros apodaron “El Buey mudo”. ¿Saben de quien se trata? Ni más ni menos que de Santo Tomás de Aquino”. Su maestro, Alberto Magno lo defendió diciendo algo así como “llegará el día en que sus mugidos se oirán en el mundo entero”
En 1626, Francisco de Quevedo publicó la novela satírica “La vida del buscón”. En ella narra la nevada complutense, una novatada recurrente en la Universidad de Alcalá. Cuando un estudiante se incorporaba, los demás le escupían al recién llegado hasta que él y sus oscuros mantos se tornaban blancos, como si les acabara de nevar encima. Asquerosa y sin sentido, esta práctica también se solía practicar contra aquellos desdichados que no habían aprobados su examen de doctorado; la humillación física se sumaba al terrible momento que el estudiante reprobada vivía.
Hay dos figuras claves para prevenir el bullying. El primer lugar, los padres. En muchos casos, ellos son los promotores de violencia. A veces, porque ellos mismos la practican en contra de sus propios hijos; en otros casos, porque la toleran. No pocos padres acuden furiosos a la escuela para defender a sus criaturitas contra repetidas acusaciones presentadas por otros padres y estudiantes víctimas. Tener en casa un hijo acosador es algo muy grave, los padres deben asumir su responsabilidad y hacerle ver de manera enérgica y contundente a sus hijos que esa actitud es inaceptable y que, en no pocos casos, es la antesala de una violencia criminal. Así de claro.
Pero la otra figura es clave es el profesor. En nosotros profesores está la responsabilidad de que el bullying acabe o, por lo menos, que no escale a niveles lamentables dentro del aula. Es nuestra obligación no tolerar ningún acto de hostigamiento ni acoso, no debemos ignorarlos y, mucho menos, promoverlos. La educación es un derecho, pero, ante todo, el aula es espacio donde aprendemos a convivir civilizadamente
Hace algunos años, un estudiante de voz aguda, hizo una pregunta en mi clase. Sus compañeros lo agredieron con comentarios homofóbicos. Yo los callé, pero reconozco que fue sin la contundencia debida. Fue un compañero de aquel muchacho, quien intervino de una manera firme para defenderlo. Para mí fue un ejemplo de comportamiento. Así debí actuar y así intento hacerlo en clase desde entonces. Aulas violentas generan países violentos y niños infelices
¡Atrévete a saber! Sapere aude!
@hzagal
(Héctor Zagal y Óscar Sakaguchi, autores de este artículo, conducen al programa de radio “El Banquete del Dr. Zagal)