OPINIÓN GABY VARGAS

La sinfonía de la vida

Me resisto a “dejar entrar al viejo”, como dijo Clint Eastwood a sus 90 años.

Después de tres años, esa mañana de lunes decidí retomar las clases de yoga, con la esperanza de que mi cuerpo recordara lo que algún día había podido hacer.
Después de tres años, esa mañana de lunes decidí retomar las clases de yoga, con la esperanza de que mi cuerpo recordara lo que algún día había podido hacer.Créditos: Pixabay
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El cuerpo cuando no se somete a movimientos diferentes a los acostumbrados comienza a reclamar a gritos. ¿Cómo? Se vuelve rígido. Si bien, la práctica de deportes como natación, bicicleta o caminata son muy benéficos para el cuerpo, no nos da algo: flexibilidad.

El riesgo que corremos los de la “edad mediana” –de acuerdo con la nueva clasificación de la Organización Mundial de la Salud– es que, al hacernos rígidos en lo físico, de manera automática nos volvemos rígidos en lo mental. Una cosa va de la mano de la otra.

Me resisto a “dejar entrar al viejo”, como dijo Clint Eastwood a sus 90 años, en una entrevista que se volvió viral. Y una de las puertas principales por la que le gusta entrar a dicho viejo es, precisamente, la de la rigidez. La alarma se enciende cuando, de un día para otro, encuentras que hay movimientos que ayer te parecían fáciles y ahora te cuesta trabajo realizar.

Es por lo anterior que, después de tres años, esa mañana de lunes decidí retomar las clases de yoga, con la esperanza de que mi cuerpo recordara lo que algún día había podido hacer.

A punto de terminar la clase, la maestra nos pidió entrar a una postura para relajar el cuerpo y la mente. Todas buscábamos el acomodo, cuando escuché a una compañera expresar en voz alta: “Es que no encuentro la paz”. Comprendí al instante a qué se refería. Bastó un ligero arreglo en el tapete o en el cojín que utilizábamos, para que su cuerpo, su mente y su alma encontraran la paz.

Cuando en las posturas del yoga encuentras dicha paz, aparece una ligera sonrisa, el cerebro se aquieta, el balance en el cuerpo emerge y la frente se relaja. Se muestra la cara de la serenidad. No hay manera de ocultarla. Todas las células del organismo la sienten. Así la vida. Si estás en paz, generas paz en tus células y, como ondas en el agua, la contagias a tu alrededor. “El ritmo del cuerpo, la melodía de la mente y la armonía del alma crean la sinfonía de la vida”, como dice B.K.S. Iyengar, en su libro Luz sobre el Yoga. Necesitamos escucharnos, es un viaje al interior.

La vida por sí misma busca sentir armonía, como las plantas la luz del sol. Si uno de estos tres elementos que nos conforman (cuerpo, mente y alma) se encuentra inquieto, incómodo o intranquilo, simplemente no la encontramos, ni en el hogar ni en la vida ni en el trabajo, tampoco con la pareja o en las relaciones. La falta de congruencia es una forma de guerra con uno mismo, la cual, tarde o temprano, se asoma en forma de enojo o enfermedad. No nos damos cuenta de que, a través de cada decisión o falta de ella, la permitimos. Y, una vida sin paz no es vida.

Las preguntas que podemos hacernos para monitorearnos son: “¿Qué me da paz?, ¿con quién me siento en paz?, ¿cuándo me siento en paz? Si somos congruentes con las respuestas a dichas preguntas, éstas se convierten en la linterna del camino. Esa paz no viene de la mente ni del ego que nos empuja a hacer o lograr bajo su premisa favorita: “No eres suficiente”. Esta otra voz susurra desde el corazón, indiferente a lo que la razón opina y su influencia se siente en cada célula de ese microcosmos que es el cuerpo, para proyectarse en el macrocosmos del universo.

Hay ocasiones en que, al igual que sucede en la práctica del yoga con un ligero acomodo en el tapete, basta una mirada de la persona que amas, un abrazo, una palabra, un apretón de manos, una llamada, para que la sinfonía de la vida regrese y todo fluya y se acomode.

Finalmente, a esto se reduce lo que todos buscamos: ser y sentir paz, pero evitar dejar entrar al viejo.