Faltaban un par de días para el 8M, el Palacio comenzaba a ser encerrado por las grandes placas de metal que protegerían al inquilino de quien ha sido su más duro adversario, a quien no ha podido subestimar, ni descalificar, que supera sin esfuerzos sus marchas, y que le rebaza porque lleva consigo la fuerza que le han dado generaciones y generaciones de tantas otras que han salido a las calles también, aun antes de que él estuviera ahí: las mujeres.
Unas vallas tan altas para que la rabia no las atraviese, le sigue una capa de policías y militares, para evitar que la indignación trepe por sus paredes, vienen equipados con gases lacrimógenos para que los gritos no se escuchen tan cerda, pero dirán otra vez que se trata de extintores.
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El habitante del Palacio no quiere saberlo, no quiere verlo, hace su pequeña celebración para que la música de adentro no deje escuchar el bullicio de afuera. Sentencia que pedir el feminismo dentro de su movimiento ya no es necesario, pues ya lo es, poco le falta para agregar “el feminismo soy yo”, no lo hace, no porque no crea que puede serlo, sino por su desprecio al movimiento.
Al rededor de 100 mil mujeres salieron a la calle solo en la Ciudad de México, gritamos, lloramos, reímos, bailamos, compartimos consignas, parece que algo cambia, y a la vez parece que todo sigue igual, del otro lado no se escucha nada que prometa cambiar.
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Y entonces llega el 10 de marzo, Nayeli se ha metido al palacio por la puerta que el resto de las y los periodistas. Anunció su llega en redes, imposible no verla con unsaco amarillo que brilla, unos lentes de pasta de color que contrastan y toda la información bajo el brazo. El señor no se ha cansado de decir que su espectáculo mañanero es un ejercicio de rendición de cuentas y ella le toma la palabra. Se pone de pie, hace una pregunta, él responde como siempre, ella no lo suelta, firme, calmada, sin quitar el dedo de aquello por lo que llegó, lo regresa a la conversación, le dice que trae las pruebas, le deja tarea.
Él vuelve a responder fuera de sí, acusa al medio para que trabaja, acusa a todos, tropieza, se enreda en sus palabras, se enoja. Ella no para, insiste, no es grosera, escucha con educación, vuelve a preguntar con firmeza, sabe mejor aquello sobre lo que está preguntando, qué él sobre lo que está respondiendo. No toma un no por respuesta, no se deja envolver y todo lo que hace sin que le tiemble un solo dedo.
Nayeli Roldán es el estereotipo perfecto del nuevo modelo de heroína, se paró calmada en uno de los escenarios más importantes del país, ante el hombre más poderoso, para hacerle preguntas incómodas sobre sus hombres de confianza, aquellos en quienes ha depositado todo el dinero y todo el amor, y que tienen acceso a todas las armas, todo el poder, y como el reportaje narra, también a todas las herramientas de espionaje. Lo hizo firme, clara, sin dudar, y también sin una sola falta de respeto, nada la movió de su lugar, y usó las propias palabras del presidente para regresarlo a su lugar: este es un ejercicio para la ciudadanía. La agenda la puso Nayeli Roldán, y esa es una de las tantas razones por las que la amamos.