Mario Vargas Llosa y Patricia celebraban sus bodas de oro en familia, en su apartamento de Nueva York. Dos semanas después, se daba a conocer la noticia de que el escritor mantenía una relación con Isabel Preysler, la socialité; Patricia se manifestaba abiertamente dolida y sorprendida.
¿Puede una relación tan larga terminar tomándote desprevenida, sin haber primero percibido un cambio, seguido de un paulatino y creciente alejamiento? Después se supo que Patricia, como era de esperarse, estaba al tanto de todo, pero se empeñó en llevar a cabo la simulación de su fiesta de aniversario.
El señorón escritor, periodista, político, uno de los más importantes novelistas contemporáneos con una vasta obra traducida a treinta idiomas, ganador de múltiples premios, entre ellos el Nobel, formalizaba su unión con la mujer que vive de y en las páginas de la revista Hola!, esa biblia de la frivolidad. La nota llama la atención por tratarse de una pareja famosa, y por la extravagancia de sus contrastes. Las reacciones, como todo en estos tiempos, se polarizan: “Más allá del intelectual está el hombre, y como tal tiene derecho a transitar el invierno de su vida como le provoque”. “¿Qué pueden tener en común el mundo de un hombre de letras y el de una mujer del jet set?” Pues algo habría, que los llevó a pasar juntos ocho años.
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En su libro Conversación en la Catedral, escrito hace cincuenta años, Vargas Llosa escribió “¿En qué momento se jodió Perú?” ¿Se lo habrá preguntado él con respecto a Isabel? ¿O a la inversa? A saber; y, como crónica de un rompimiento anunciado, se han separado. Más allá de especulaciones, la ‘aristócrata’ ha estallado en declaraciones contra él, rompiendo una elemental norma de etiqueta: en cuestiones de amor -y de desamor- el silencio es lo mejor. Aunque claro, el mutismo no vende exclusivas ni encabezados ni portadas, ni nada.
El académico ha regresado con su familia y pasan estos días en su apartamento junto al Senna, en el París donde se enamoró de Patricia hace ya sesenta años. Todo gira en torno al gran evento: el escritor es el primer latinoamericano en ingresar a la Academia Francesa de la Lengua, volviéndose “inmortal”, término con el que designó a sus miembros el Cardenal Richelieu, fundador de la academia, en 1635, encomendándolos a trabajar por la perfección e inmortalidad del idioma francés.
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Su hijo se da vuelo desde hace días compartiendo en redes fotografías donde, fungiendo o no como pareja, aparecen sus padres en la armonía del hogar. Patricia porta una sonrisa triunfalista, y lo acompaña, incondicional, en uno de los momentos más importantes de su vida. Él se mira cómodo en su hábitat, rodeado de sus libros, en su papel de trofeo, sin arrepentimientos.
¿Querrán de vuelta más al esposo y padre, o al Premio Nobel? ¿O al que es ambos?
Es verdad que ninguno sabe lo que pasa en sus cabezas y corazones, -ni en las de nadie-, ni nos debería importar; sin embargo, los medios nos dan el parte día con día y, desde la barrera, imposible no reparar en los conceptos de matrimonio y patrimonio, convivencia y conveniencia, discreción y dignidad, sea cual sea la edad.
El peso permanente que representan los reflectores, seguramente hace que algunos se hayan arrepentido de haberlos provocado o anhelado, mientras que vivir en el anonimato, pasando de incógnito, ofrece el lujo de la tranquilidad.