No debe olvidarse el nombre de Ociel Baena, primere magistrade electoral no binario electo en México apenas hace 13 meses, no sólo por su enorme activismo desde el ejercicio mismo del derecho y la lucha por la equidad, inclusión y justicia para la comunidad LGBT en nuestro país. Su visibilidad se enuncia y marca la ruptura institucional, pero no logró ser sistémica del machismo dentro de un tribunal, donde se invistió no sólo con el máximo cargo que puede aspirar un abogado, sino que visibilizó lo que le costó la vida: la resistencia patriarcal que incomoda, que provoca, que promueve la violencia de género porque no se ajustaba a lo que el Estado y la cultura de lo normativo establecía.
Sus tacones, su barba, sus faldas y corbata, su ruidoso abanico arcoíris, su agenda política y legal por la defensa de los Derechos Humanos de la diversidad, el lenguaje inclusivo, la expresión disruptiva sexo-genérica, es decir no binaria, provocó, fue el malestar de una cultura y de un sistema que rabioso reclama su omnipresencia dominante y arrebata, aniquila, desaparece todo aquello que no es como su ley mordaza, su poder machista y heteronormado dicta como única válida en este mundo. Lo disidente no tiene lugar en este gobierno, en estos tiempos, en esta sociedad, en esta cultura, en este Estado.
El doble asesinato perpetrado en la intimidad de la casa de le magistrade y su pareja el pasado lunes 13 de noviembre en Aguascalientes, viene a refutar lo que nos cuesta trabajo a la comunidad disidente sexo-genérica admitir: somos una sociedad vulnerable ante el Estado, ante una cultura machista, una sociedad lgbtfóbica y un sistema de justicia impune, que a todas luces y de forma sistémica viola los Derechos Humanos revictimizando a los asesinados, violentados, desaparecidos, agredidos de los básicos y elementales derechos que todo ser humano debe aspirar a tener. Somos el objeto de su furia, de su violencia, de su espada de Damocles que aniquila y busca acallarnos a fuerza de su poder y los instrumentos del Estado, haciéndonos pasar por los agresores, depredadores, enfermos que, entre nosotros, nosotras, nosotres nos matamos.
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El caso Ociel debe ser uno de los sucesos de violencia del Estado que no debemos olvidar y convertirse en un ejemplo doloroso de estudio sobre Derechos Humanos, violación a la impartición de justicia, síntoma y espejo de una cultura social de la violencia y discriminación sistémica, aprendida y reforzada con la furia de los antiderechos que se alimentan en la casa, en las aulas escolares, en el espacio público, en la Iglesia, en las instituciones del Estado, en los medios de comunicación, en la insoportable y violencia intolerancia machista de una sociedad que voltea la cara hacia lo diferente, lo disidente y desde su privilegio normativo castiga, violenta, discrimina y mata.
El vergonzoso actuar del Fiscal de Aguascalientes Jesús Figueroa Ortega expresa y sintetiza de un carpetazo lo que es el pensamiento colectivo de un grueso de la población: “crimen pasional” y con una sentencia homofóbica, machista, sistémica minimiza lo grave de este caso, a su vez, emite un mensaje institucional del Estado, la disidencia de los disidentes son objeto de asesinatos sin justicia. En este país, en este mundo no tienen cabida los distintos, los diferentes. Así de burdo y provocador, amenazante es el mensaje sistémico: si rompes la reglas, la muerte es tu destino. Y algunos comunicadores sistémicos, dueños de medios de comunicación machistas, lgbtfóbicos reproducen con delirantes discursos de odio a lo que llaman “libertad de prensa y expresión, pero en realidad son mensajes violentos y promotores de la discriminación. Y el Estado lo refuerza como un antídoto para las “buenas conciencias”. Vivimos el oscurantismo de un gobierno e instituciones que matan a lo diferente. Tenemos miedo los disidentes. ¡El Estado logró atemorizarnos!
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