¿Sabías que la memoria suele sesgar las experiencias para recordarlas más positivamente de lo que realmente fueron? A ese fenómeno los científicos le llaman recolección rosada. Piensa en un viejo amor, una etapa como estudiante o un viaje que sueles recordar como perfecto, aunque en su momento no lo hayas vivido así. Ese sesgo crea una imagen fija en la mente de cómo debieron haber sido las cosas, con la que terminamos por reconstruir, reinterpretar y seleccionar ciertos recuerdos y olvidar selectivamente los aspectos desagradables para embonar en algo "ideal", lo "bien visto" o un "deber ser".
Cuando volteamos a ver cómo era nuestra vida antes de la pandemia mundial, todo parecía más fácil. Pronto se cumplirán dos años durante los que la vida se ha complicado en muchos sentidos para la mayoría de las personas. Quizá en temas de salud, económicos, relaciones o pérdidas; pocos nos salvamos de padecer dificultades en uno u otro sentido. Sin embargo, inmersos en nuestros propios problemas, en aquel entonces no apreciábamos el valor de tantas cosas simples que tomábamos por hechos u obvias.
Ahora, nos enfrentamos al reto, quizá soterrado, inconsciente, pero latente, de caer en la nostalgia de pensar que "todo tiempo pasado fue mejor". Lo cual quizá desde un punto de vista puede justificarse, pero no sería sano ni ayudaría en nada.
No cabe duda que la aceptación de la impermanencia de las cosas es una de las lecciones que vinimos a aprender a esta Tierra. Mas la mente suele jugarnos tretas que nos llevan a las sombras de manera innecesaria.
¿Te acuerdas lo felices que estuvimos en ese viaje, en esa cena, en esa época, en esos días o en esos momentos? Solemos divagar, pero en realidad ¿lo vivimos así? A pesar de creer que nuestros recuerdos son sólidos, habría que revisar con cautela aquella idea de que todo tiempo pasado fue mejor.
Sonja Lyubomirsky, profesora en psicología de la Universidad de California narra en su libro The Myths of Happiness, los resultados de una serie de estudios que siguieron la preparación, el antes, durante y después de las personas en tres viajes planeados durante largo tiempo. En los tres estudios, los viajeros experimentaron durante sus travesías decepciones, mal clima, pensamientos agobiantes, sucesos inesperados y una sensación de poco control. Sin embargo, casi inmediatamente al regresar, describieron sus viajes como idílicos. Así funciona nuestra mente.
Con el tiempo que nos falta vivir, afirmar que todo tiempo pasado fue mejor es una falacia. No podemos juzgar cuáles fueron o serán nuestros mejores años hasta el día en que dejemos este mundo. ¿Cuántos de nosotros al cumplir 30, 40 o 50 años pensamos que dejábamos atrás nuestros mejores días? Sólo para darnos cuenta de que la felicidad que vivimos hoy es más rica y significativa que la de antaño, a pesar de lo que sea, incluso la pandemia, debido a que tenemos mayor sabiduría y una apreciación más profunda de los acontecimientos.
Notar lo anterior depende sólo de querer verlo así, de buscar ver el bien en nuestra vida, de apreciar lo que sí hay, de sorprendernos al ver la luz del sol filtrado por las frondas de los árboles o valorar cualquier otro detalle que antes pasaba desapercibido.
Nadie sabe las sorpresas que el futuro nos depara, en especial ahora que tenemos la madurez y la consciencia de observar la vida desde otro ángulo y apreciar las experiencias que a diario vivimos, por sencillas que éstas sean.
Tener consciencia de que la perspectiva crea la emoción puede derrotar aquellos pensamientos que insisten en atraernos a la sombra e incluso puede prevenirnos de que una nostalgia negativa nos golpee en un futuro.