En las áridas regiones desérticas y de matorrales del norte de México habita un reptil peculiar: el lagarto cornudo, objeto de diversos mitos y creencias erróneas.
Conocido científicamente como "Phrynosoma cornutum", este reptil se encuentra tanto en el sur de Estados Unidos como en varios estados mexicanos de la zona norte y noreste, como Durango, Zacatecas, San Luis Potosí, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Tamaulipas y sobretodo Nuevo León.
Su apariencia, con cuernos en la cabeza y espinas en el dorso, a menudo lleva a malentendidos sobre su comportamiento. Sin embargo, los lagartos cornudos son criaturas tranquilas y dóciles que prefieren evitar el conflicto. Para defenderse, utilizan tácticas como simular estar muertos o, de manera única, expulsar chorros de sangre por los ojos.
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Además de esta adaptación sorprendente, tienen la capacidad de mimetizarse con su entorno gracias a su piel adaptable que varía en tonos de marrón, gris, rojo u oscuro, lo que les permite camuflarse entre la arena, la tierra o las rocas, por lo que de manera equívoca se les confunde con una especie de camaleón.
Su dieta consiste principalmente en insectos, arañas, mariposas y garrapatas, con las hormigas como su presa favorita, lo que los convierte en reguladores naturales de la población de insectos.
Lamentablemente, esta especie enfrenta numerosas amenazas en México, como la destrucción de su hábitat y la caza indiscriminada debido a la percepción errónea de su peligrosidad. Además, son víctimas del tráfico ilegal para mascotas o para su venta en el mercado negro.