En septiembre de 40 años en México,“un temblor de magnitud 8.1 tan cerca nunca se había registrado. No sabíamos qué esperar justo arriba del epicentro de un gran sismo. Y resultó que la aceleración era bajísima, una gran sorpresa. Otra cosa importante que supimos es que las ondas se amplifican en el Valle de México, en la zona donde estuvo el lago. De ahí la causa del desastre en la capital del país, especialmente en la zona centro”, destacó Sri Krishna Singh, investigador emérito del Instituto de Geofísica (IGEF) de la UNAM.
El movimiento telúrico de 1985 representa un antes y un después en la sismología mexicana. A partir de esos días hubo peticiones para más equipos, mayor cantidad de dinero de parte del gobierno y, de esta manera, lentamente las cosas comenzaron a fluir. Necesitábamos entender los temblores, cómo y donde ocurren, así como detalles técnicos, añadió.
En aquel momento, prosigue Singh, había seis o siete aparatos de sismología y hoy hay más de 100. “Es otro mundo, ahora estamos casi en la frontera del conocimiento en esta área”.
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Avance en el número de especialistas en sismología
La UNAM contaba con aproximadamente 10 especialistas en sismología, y otros cinco o seis en otras instituciones de la nación. Ahora en esta casa de estudios somos 20, se duplicó el número de especialistas, pero aún faltan más para interpretar y analizar la cantidad de datos que tenemos en un país sísmico; actualmente hay información de acceso abierto que se comparte entre diversos especialistas del mundo, acotó.
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Tras el temblor de magnitud 8.1, acontecido a las 7:19 de la mañana del 19 de septiembre de 1985, siete de cada 10 personas no requerían atención urgente por estrés postraumático, pues presentaban resiliencia, y que solo tres eran vulnerables y necesitaban tratamiento psicológico inmediato, indicó por su parte el profesor de la Facultad de Psicología, Benjamín Domínguez Trejo al recordar la asistencia desde el Centro de Servicios Psicológicos “Dr. Guillermo Dávila”, donde un grupo de especialistas, encabezadas por Josette Benavides Tourres, se habían organizaron para atender a los afectados, junto con la comunidad universitaria que se movilizó para rescatar personas, evaluar daños y brindar asistencia médica, psicológica y logística.
Esa regla se sistematizó y hoy se cumple en sismos y desastres, como los causados por inundaciones y huracanes. Ahora hacemos las mediciones con cámaras fotográficas infrarrojas, altamente sensibles y portátiles, resaltó Domínguez.
De acuerdo con el especialista, se descubrió que culturalmente las y los mexicanos tenemos lo que hoy se llaman “conductas prosociales”, es decir, cooperación, compasión y empatía, características que se mostraron en una espontánea solidaridad ciudadana.
Ciudadanía más sesnsible y solidaria
En el caso de tragedias como el terremoto del 1985 “contamos con alta sensibilidad hacia el otro. Si las personas no se hubieran organizado espontáneamente, las consecuencias negativas hubieran sido más desastrosas”, apuntó.
Sergio Alcocer Martínez de Castro, investigador y exdirector del Instituto de Ingeniería (II), era entonces estudiante.
“En los siguientes días se formaron brigadas de investigadores y alumnos para visitar edificios”. El también exsecretario General de la UNAM y actualmente coordinador de las propuestas universitarias para actualizar el reglamento de construcción, remarcó que el sismo de septiembre de 1985 “nos tomó desprevenidos, no estábamos preparados para evaluar una gran cantidad de edificios dañados y establecer un control de los que colapsaron. Me sumé a las brigadas de expertos internacionales que llegaron, destacadamente de Japón y también de Estados Unidos e Italia, quienes venían a conocer y estudiar datos del temblor”.
Alcocer Martínez de Castro señala que de manera improvisada Luis Esteva Maraboto, entonces director del II (quien fue el primero en realizar mapas de riesgo sísmico) junto con Roberto Melli Piralla, subdirector de esa entidad, organizaron un Comité Asesor en Seguridad Estructural que estuvo sesionando cada tercer día, a partir de septiembre. “Recibían información y decidían si se establecían normas de emergencia, porque era necesario reconstruir y reparar los edificios y eventualmente modificar las normas y el reglamento de construcción”, indicó.
“A los estudiantes nos tocaba hacer de chaperones en las brigadas de especialistas extranjeros. Un año después, gracias a la Junta México-Estados Unidos, se organizó un programa de investigaciones conjuntas”, abundó.
Había preocupación en los estadounidenses, porque los edificios de San Francisco y Los Ángeles colapsaran como los de México ante eventos sísmicos, ya que ambos países tenían reglamentos parecidos, razón por la cual se formularon 40 proyectos de estudio, en los cuales el alumnado participaríamos como ayudantes, afirma el especialista.
En la nueva instancia los ingenieros universitarios retomaron la investigación experimental en estructuras de concreto y mampostería, con las que están construidas la mayoría de las viviendas en la República mexicana.
Con ayuda del gobierno de Japón -puntualiza- se formularon nuevas normas en 1997 y 2004, a partir de lo sucedido en 1985. En 1994 o 1995 la empresa japonesa Kajima Corporation (una de las constructoras más antiguas del país nipón), gracias a un concurso que ganó la UNAM, donó al Instituto una mesa vibradora, equipo de simulación de temblores que superaba a la que teníamos de la década de 1970.
Este instrumento se ha constituido en el más avanzado de simulación de temblores y ha permitido ensayar estructuras de concreto, mampostería y sistemas de aislamiento.
“Desde entonces hay mucha investigación básica y de vinculación con el sector industrial y empresarial. Se revivió la investigación analítica y experimental, así como los estudios de campo en el área”, asevera Alcocer Martínez de Castro al referirse a los 40 años del temblor de 1985.
