México tiene 18 denominaciones de origen (DO) o productos originarios de una región geográfica del país que los designa, cuya calidad es formidable y tienen gran importancia económica,
Esa relevancia se mide por su producción, exportaciones, valor agregado y diversificación. La exclusiva lista incluye artículos artesanales, como la talavera de Puebla y Tlaxcala, y el olinalá, una técnica de laqueado originaria del pueblo del mismo nombre, en el estado de Guerrero; así como una resina: el ámbar de Chiapas. También agroalimentarios como el café pluma de Oaxaca, el cacao Grijalva o el arroz Morelos, explicó Jessica Tolentino Martínez, académica del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM.
La mayoría de las denominaciones de origen corresponde a bebidas alcohólicas procedentes de la destilación de materias primas agrícolas; gran parte de ellas de importancia en el extranjero son elaboradas con agave, con el cual se obtiene el bacanora, de Sonora; el tequila, de Jalisco; el mezcal, típico de Oaxaca; y la raicilla, de Jalisco y Nayarit, a las cuales se suma el sotol, a partir de una especie de maguey endémica de Durango, Chihuahua y Coahuila.
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Tan solo en los dos primeros meses de 2025 se exportaron a 147 países, en especial a Estados Unidos, 75.6 millones de litros de tequila y tequila 100 por ciento de agave, que superan a los 59.8 millones de litros en el mismo periodo pero de 2024, de acuerdo con el Consejo Regulador de esa bebida.
Sin embargo, alertó Tolentino Martínez, detrás de esas mercancías también hay afectaciones al medio ambiente y explotación de pequeños productores, incapaces de conseguir el sello de “denominación de origen” y por esa causa no obtienen las ganancias que consiguen las grandes empresas. Un hecho documentado es el del tequila, que se elabora de manera artesanal y se compra para ser envasado y revendido por las principales marcas.
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Un producto con denominaciones de origen tiene la ventaja de la visibilización internacional. El caso más emblemático es el tequila de Jalisco y recientemente el mezcal que se puso de moda en los últimos años. Otros, dependiendo las marcas, logran colocarse en nichos gourmet, como el arroz Morelos.
Cuando el comprador tiene un artículo con sello de denominación de origen sabe que adquiere una calidad formidable, óptima, que está consumiendo tradición, saberes de sus creadores, valor extra, recalcó Tolentino Martínez.
A pesar de que el patrimonio cultural y biológico de México es amplio, el país solo cuenta con 18 denominaciones de origen porque cuesta trabajo conseguirlas y es un proceso largo ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI).
Se verifica que se cumpla con características únicas o calidad especial, las cuales derivan exclusivamente de factores naturales y humanos. Además, se requieren consejos reguladores los cuales avalen que los procesos se lleven a cabo de la manera en que artesanal y ancestralmente se han realizado, así como el cumplimiento de normas oficiales.
Tampoco es fácil el funcionamiento de una denominación de origen; tenemos algunas avaladas por el IMPI pero que no cuentan con consejos reguladores funcionando, como es el caso de la talavera, cuyos orígenes se remontan al siglo XVI y que en su manufactura tradicional incluía plomo.
Conseguir una indicación geográfica, que protege a productos agroalimentarios y manufacturados, y que también emite dicho Instituto, es más sencillo; algunos ejemplos son el quesillo de Reyes Etla, o la cajeta de Celaya. Junto con las denominaciones de origen, son reconocidas por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), que en 1958 propuso el Arreglo de Lisboa, el marco mundial en el cual se registran esas designaciones.
