En el marco del Día de la Virgen de Guadalupe, donde miles de peregrinos de diversos estados comienzan su caminata hacia la Basílica de Guadalupe para conmemorar a la llamada “Reina de México”; resulta importante mencionar la vez que este símbolo le perteneció a un empresario chino por la ridícula cantidad de 2 mil pesos.
¿A quién le pertenece la Virgen de Guadalupe? Puede que esta pregunta resalte bastante e incluso sea ofensiva, sin embargo, para muchas personas (con algo de colmillo) cualquier cosa puede estar bajo su dominio.
O al menos, esa fue la idea del empresario chino Wu You Lin, quien en 2002 acudió al Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial (IMPI) y registró con su nombre la imagen de la Virgen de Guadalupe.
Te podría interesar
Un acto que sólo le costó 2 mil 112 pesos, y que, de acuerdo con “Infobae”, debido a que no se podía utilizar la figura religiosa (incluso si se trataba de iglesias o congregación) optó por empezar a comercializar productos de la Virgen de Guadalupe.
Pese a esto, los derechos de autor caducaron en 2012, por lo que, actualmente no hay un dueño legal de los derechos intelectuales de la imagen.
Te podría interesar
¿Quién es el dueño o propietario de la Virgen de Guadalupe?
Si se considera la propiedad material, la respuesta es que la imagen de la Virgen de Guadalupe es propiedad de la Basílica de Guadalupe, que la custodia en su recinto. La Basílica es una institución religiosa, por lo que no puede comercializar la imagen de la Virgen.
Origen e historia de la Virgen de Guadalupe
La historia de la Virgen de Guadalupe se remonta al siglo XVI, cuando la región que hoy es México estaba bajo el dominio español. Según la tradición, la Virgen María se le apareció en cuatro ocasiones al indígena Juan Diego, un campesino recién convertido al catolicismo. La Virgen le pidió a Juan Diego que construyera un templo en su honor en el cerro del Tepeyac, un lugar sagrado para los indígenas.
Juan Diego acudió al obispo Juan de Zumárraga para contarle lo sucedido, pero el obispo no le creyó. La Virgen le pidió a Juan Diego que recogiera flores en el cerro del Tepeyac; Juan Diego obedeció y, cuando llegó ante el obispo, extendió su tilma, o manto, y de ella cayeron al suelo unas rosas frescas. Al abrir la tilma, el obispo vio la imagen de la Virgen María impresa en ella.