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En tiempos donde las tradiciones parecen desdibujarse frente al vértigo de la modernidad, el escritor y cronista Sergio Almazán lanza una advertencia: la quema de Judas, uno de los rituales más catárticos y simbólicos de la Semana Santa, está en peligro de desaparecer.
En entrevista con Guillermina Gómora, en ausencia de Manuel López San Martín en MVS Noticias, Almazán no solo trazó el origen y evolución de esta práctica, sino que la defendió como un acto de identidad, resistencia y hasta de protesta política. Porque sí, prender fuego a un Judas no solo representa el triunfo del bien sobre el mal, sino también la forma en que los pueblos han respondido históricamente a sus propias calamidades.
“En este mundo global siempre hay espacios de la tradición popular que nos ayudan a arraigarnos y a buscar explicaciones”, reflexionó Almazán, al recordar cómo la quema de Judas fue un recurso simbólico incluso para los esclavos africanos durante la colonia, quienes se burlaban con estos muñecos de los castigos inquisitoriales.
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De ritual religioso a símbolo de resistencia
La historia de esta práctica se remonta a siglos atrás. Desde la evangelización en América, pasando por las prohibiciones inquisitoriales y los vaivenes del siglo de la Ilustración, el fuego de Judas ha resistido guerras, epidemias y censuras. En palabras de Almazán, “en el siglo XIX, después de que México es independiente, se recuperan esas tradiciones como una forma devota, porque han quedado epidemias y crisis económicas con los cuales la religión ayudaba a salvar”.
Uno de los epicentros históricos de esta ceremonia fue el barrio de Miscoac, donde los ríos desbordados y las enfermedades empujaron a los habitantes a buscar alivio en la fe. Más al sur, el pueblo de Tenanitla (hoy San Ángel) recibió un impulso inesperado con Diego Rivera y Frida Kahlo, fervientes entusiastas de estas fiestas populares.
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Diego y Frida: arte al servicio del fuego popular
“Diego fue el primero en representar a personajes de la vida política en su cartonería... casi un siglo antes de lo que hoy llamamos sátira política”, recordó Almazán.
Hoy, esta tradición sobrevive apenas en lugares como la Ciudad de México, Oaxaca y San Luis Potosí. Y aunque cada Judas quemado representa simbólicamente la purificación de los pecados, bien podríamos necesitar más de 365 días al año si quisiéramos que cada político tuviera su propio muñeco incendiado, bromeó el escritor:
“Las condiciones propias del país nos harían que todos los días tuviéramos la quema de un Judas con el rostro de alguno de nuestros servidores públicos”.
Más allá del folclor, la quema de Judas es una válvula de escape, una forma de catarsis colectiva. “Es la única manera de hacer catarsis, y en unos tiempos que nunca han sido fáciles… siempre hay, como diría mi abuela, más para arriba y más para abajo”, concluyó Sergio Almazán, con la certeza de que, mientras haya memoria, habrá fuego.
