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En entrevista con Manuel López San Martin para MVS Noticias, Luciana Wainer, colaboradora de MVS Noticias, habla sobre la cultura 'Incel' en la manósfera. El machismo digital que mata.
El trágico asesinato de Jesús Israel, un joven estudiante del CCH Sur, ha resaltado la preocupante presencia de discursos de odio en la juventud mexicana, especialmente aquellos asociados a los grupos INCEL. Esta comunidad de hombres jóvenes, caracterizada por su hostilidad hacia las mujeres y un desdén por el feminismo, ha cobrado relevancia en las discusiones sobre la violencia de género.
"Debemos abrir el diálogo sobre qué está sucediendo con los jóvenes", menciona Luciana Wainer. Con cada vez más planteles educativos en paro por el temor a la violencia, se hace necesario entender los factores detrás de este fenómeno. "El caso de Jesús Israel es solo la punta del iceberg", advirtió, señalando que la raíz de estos problemas tiene múltiples dimensiones.
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Comprendiendo la manósfera
Los INCEL surgieron en la década de 1990, pero han ganado notoriedad especialmente en los últimos dos años. Según Ismael Ocampo, sociólogo experto en masculinidades, "las redes sociales han sido un catalizador para estos grupos; el aislamiento por la pandemia ha intensificado su crecimiento". En este espacio, muchos jóvenes encuentran una especie de apoyo emocional, aunque basado en ideologías dañinas.
Las creencias de estos grupos se alimentan de sentimientos compartidos de angustia, lo que crea un ambiente fértil para el cultivo del odio. "Este acompañamiento, aunque perjudicial, ofrece una identidad que les resulta atractiva a quienes se sienten marginados", explica Ocampo. Existe el riesgo de que estas comunidades eleven su retórica a acciones más graves, resultado de una narrativa que presenta a los hombres como víctimas de un sistema percibido como opresor.
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Apoyo a jóvenes y urgencia de cambio estructural
"No se trata de culpabilizar a los jóvenes; se trata de reconocer sus dolores y encontrar formas de canalizarlos positivamente", concluye Wainer. La complejidad de este fenómeno requiere atención urgente, y es una oportunidad para reflexionar sobre cómo nuestros esfuerzos pueden ayudar a sanear una sociedad fracturada. El caso de Jesús Israel es un recordatorio de que el odio no es una solución; más bien, debemos trabajar hacia un futuro donde todos se sientan seguros y valorados.
