Si hay una constante en las fiestas del sureste mexicano —de los carnavales de Campeche hasta las bodas en Chiapas o las kermeses en Mérida— es la cumbia. Este ritmo colombiano, con raíces africanas e indígenas, encontró en el sureste de México un terreno fértil para florecer, evolucionar y convertirse en parte esencial del tejido social y cultural de la región.
La cumbia llegó a México a mediados del siglo XX, pero fue en estados como Veracruz, Tabasco, Chiapas, Campeche y Yucatán donde más arraigo logró. ¿Por qué? La respuesta tiene múltiples capas: desde una afinidad natural con los ritmos tropicales hasta la presencia histórica de orquestas populares y estaciones de radio que la impulsaron.
“En el sureste la cumbia no solo se escucha: se baila, se vive, se hereda”, comenta el sociólogo cultural Alfredo Méndez. “Hay una conexión emocional entre el ritmo y la identidad popular. La cumbia se cuela en la vida diaria: desde el mercado hasta el transporte público”.
Además, el auge de agrupaciones locales como Los Socios del Ritmo, Aarón y su Grupo Ilusión o Los Flamers —que adaptaron la cumbia con acentos propios— ayudó a crear una versión “a la mexicana” del género, muy distinta a la cumbia andina o la villera del sur del continente.
Otro factor clave ha sido el papel de la radio regional. En ciudades como Villahermosa, Mérida o Tuxtla Gutiérrez, la cumbia sigue ocupando espacios privilegiados en el dial, y es común que estaciones locales mantengan programas dedicados exclusivamente a este género.
Hoy, incluso con la llegada de las plataformas digitales y nuevos géneros urbanos, la cumbia sigue vigente. Jóvenes artistas del sureste mezclan el ritmo con hip hop, electrónica y reguetón, dando lugar a nuevas fusiones que renuevan su presencia sin perder su esencia.
En el sureste, la cumbia no es una moda: es una manera de ser, de sentir y de celebrar la vida.
