Los cenotes no son albercas: el valor sagrado de estos tesoros naturales
Más allá de su belleza escénica y su frescura cristalina, los cenotes son mucho más que un atractivo turístico: son espacios sagrados, herencia viva de la cosmovisión maya y símbolos del profundo vínculo entre el ser humano y la naturaleza.
Para la civilización maya, los cenotes eran portales hacia el inframundo —el Xibalbá— y puntos de conexión espiritual con los dioses. En sus aguas se realizaban ceremonias, ofrendas e incluso rituales que formaban parte de su vida religiosa y social. Cada cenote tiene su propia historia, y en muchos casos, su propio guardián, según la tradición oral.
Hoy en día, estos cuerpos de agua subterráneos están en riesgo de perder su significado ancestral. Convertirlos en balnearios improvisados o tratarlos como simples albercas ignora su dimensión cultural, espiritual y ecológica. Las prácticas irresponsables como el uso de bloqueadores contaminantes, el consumo de alcohol o la basura que dejan algunos visitantes atentan no solo contra el ecosistema, sino contra una herencia milenaria.
Además de su importancia espiritual, los cenotes forman parte de una red hídrica esencial para la región. Son fuentes de agua dulce, hogar de especies endémicas y testigos del paso del tiempo. Protegerlos no solo es un acto de conservación ambiental, sino también de respeto a la historia y la identidad del pueblo maya.
Visitar un cenote debería ser un acto de reverencia, no de entretenimiento sin conciencia.
Recordar que no estamos ante una simple alberca, sino frente a un lugar sagrado, puede marcar la diferencia entre la preservación y el deterioro. La invitación es clara: disfrutarlos, sí, pero con respeto, gratitud y responsabilidad.
