La época decembrina en Yucatán guarda entre sus costumbres más antiguas y entrañables la tradición de la Ramada, una práctica navideña que durante generaciones llenó las calles de música, color y sentido comunitario. Sin embargo, aunque sigue siendo querida por muchos, hoy enfrenta el reto de sobrevivir frente a la modernidad y los cambios en la vida cotidiana.
La Ramada consiste en que niños y jóvenes recorren las calles del 1 al 15 de diciembre llevando una pequeña estructura decorada con una rama adornada, luces, velitas, farolitos, globos y una imagen de la Virgen de Guadalupe colocada en un pequeño altar, muchas veces hecho con una caja de zapatos decorada a manera de chimenea. Mientras avanzan, entonan versos tradicionales conocidos como la “canción de la rama”, con los cuales piden un aguinaldo.
Un ritual con raíces del siglo XVI
Los orígenes de esta tradición se remontan al siglo XVI, cuando los frailes evangelizaron a los pueblos mayas y utilizaron esta actividad para representar el momento en que San José y la Virgen María buscaban refugio en Belén antes del nacimiento de Jesús. Originalmente, las ramas utilizadas eran de palma, como símbolo del árbol de Navidad, aunque con el paso del tiempo se han empleado ramas de cualquier tipo según la disponibilidad.
Las ramadas anteceden a las festividades guadalupanas y a las tradicionales posadas, que inician el 16 de diciembre, de modo que constituyen el primer gran anuncio de la Navidad en las comunidades yucatecas.
En cada grupo hay siempre un niño encargado de portar la vela que guía el recorrido, simbolizando la luz que ilumina el camino hacia la llegada del Niño Dios.
Un canto que entraña alegría… y también picardía
La experiencia de cantar la rama es uno de los elementos más recordados por quienes vivieron esta tradición en su infancia. Las niñas y los niños comienzan entonando la primera estrofa con energía creciente; se dice que mientras más fuerte canten, mayor será el aguinaldo que podrían recibir.
Cuando los habitantes abren la puerta, los pequeños ofrecen una estrofa de agradecimiento; pero si no reciben nada, responden con un canto de decepción que forma parte del folclor y del divertido intercambio entre vecinos.
Una tradición que se apaga
A pesar de haber sido una costumbre profundamente arraigada, la Ramada yucateca ha ido disminuyendo con el paso de los años. Hoy es menos común ver grupos de niños recorriendo las calles, y muchos adultos recuerdan con nostalgia esos momentos que marcaban el inicio de la Navidad.
Mientras algunas tradiciones logran adaptarse a los nuevos tiempos y convivir con las tecnologías actuales, otras como la Ramada requieren un esfuerzo mayor para no perderse entre las dinámicas modernas, el ritmo de vida acelerado y el desinterés generacional.
Preservar para no olvidar
Recordar y difundir estas costumbres es fundamental para mantener viva la identidad cultural del estado. La Ramada es más que un canto o un recorrido: representa la convivencia vecinal, la inocencia de la infancia, la creatividad comunitaria y el sentido espiritual de la temporada.
Mantener vivas las tradiciones nos compete a todos. Revivir la Ramada no solo significa honrar el pasado, sino también regalar a las nuevas generaciones una experiencia llena de significado, historia y unión familiar.
