Los diamantes en los dientes no es una moda que pusieron los raperos en los años noventa, pues un estudio reciente publicado en la revista Journal of Archaeological Science, ha revelado que los antiguos mayas no limitaban sus elaboradas modificaciones dentales a las personas adultas, pues niños entre 8 y 10 años también recibían incrustaciones de jade en sus dientes, lo que sugiere una práctica cultural más compleja de lo que se creía.
La investigación se centra en tres dientes conservados en el Museo Popol Vuh de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala). Estos dientes presentan cavidades con incrustaciones de jade —una práctica ya documentada entre los mayas adultos— pero lo llamativo es que pertenecían a individuos con raíces dentales aún en desarrollo.
Además, los investigadores identificaron señales de que las cavidades fueron hechas cuando los dientes aún estaban vivos, ya que se observan respuestas biológicas del tejido dental (como depósitos protectores) alrededor de las cavidades. Esto sugiere que las incrustaciones no fueron añadidas después de la muerte.
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Hasta ahora, las incrustaciones dentales (de jade, obsidiana, pirita, entre otras) habían sido documentadas mayormente en adultos mayas durante los periodos Clásico y Posclásico (aproximadamente 250 a 1550 d.C.).
En los estudios previos sobre incrustaciones adultas, también se ha observado que la “cola orgánica” con la que se fijaban las piedras contenía resinas vegetales con posibles propiedades antibacterianas y antiinflamatorias, más allá de una función meramente decorativa.
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El hecho de que niños tan jóvenes recibieran este tipo de modificación apunta a que quizá no solo era un lujo estético, sino que podría tener implicaciones simbólicas: marcar el paso hacia nuevas responsabilidades sociales, estatus familiar, iniciación ritual, etc.
