El escepticismo hacia la medicina, incluso la desconfianza, está aumentando en los países ricos debido en gran parte a internet, donde se cuestiona desde las vacunas hasta la industria farmacéutica, un fenómeno que preocupa a los científicos.
“El nivel de confianza no es el mismo que hace 20 años. Se está resquebrajando”, reconoce el inmunólogo francés Alain Fischer.
Difícil de cuantificar, este fenómeno se inscribe en un movimiento de desconfianza generalizada hacia el discurso científico, incluso hacia las élites en un sentido más amplio.
Por ello, este sentimiento no incumbe tanto a los médicos de proximidad, como a “la industria farmacéutica y a las autoridades sanitarias en un contexto de escándalos y de mala gestión de varias crisis”, explica Fischer. Dos ejemplos claros: el Vioxx en Estados Unidos y el Mediator en Francia, que resultaron ser dos medicamentos peligrosos para la salud.
La desconfianza “se difunde entre la población”, asegura Fischer, ex presidente del comité que preconizó el aumento del número de vacunas obligatorias para los niños en Francia.
La medida acaba de entrar en vigor, pese a la férrea oposición de los antivacunas. Y es que en el país de Louis Pasteur, pionero de la vacunación, el 41% de los franceses interrogados por un estudio internacional en 2016 estimaron que estos productos no son seguros, un récord mundial.
Sus detractores esgrimen un supuesto vínculo con el autismo, basándose en un estudio publicado en 1998 por el doctor británico Andrew Wakefield en la prestigiosa revista Lancet.
Pero, – hecho rarísimo -, el artículo fue retirado en 2010 por la revista científica, que entonó su “mea culpa”, el British Medical Journal tachó en 2011 el estudio de “trucaje” y las investigaciones conducidas desde entonces nunca demostraron un vínculo entre las vacunas y el autismo.
En la era de las noticias falsas, sin embargo, esta tesis sigue propagándose en internet.
“Las redes sociales se han convertido en la principal fuente de información para muchos de sus usuarios”, subraya Walter Quattrociocchi, de la Universidad de Venecia, experto en desinformación digital.
La búsqueda de informaciones en la red está regida por un “sesgo de confirmación”: el internauta privilegia las fuentes que refuerzan sus propias opiniones.
“Esta exposición selectiva desempeña un papel crucial en la difusión de contenidos, creando cajas de resonancia de grupos de gente con las mismas opiniones”, agrega.
En 2014, dos investigadores de la Universidad de Chicago publicaron en la revista JAMA un estudio sobre “las teorías del complot en el ámbito médico en Estados Unidos”.
Un sondeo entre 1.351 personas confrontadas a seis “teorías del complot” arrojó que 49% de los encuestados adherían a al menos una de ellas y 18% a al menos tres.
Por ejemplo, el 37% estaba de acuerdo con esta frase: “La agencia estadounidense del medicamento (FDA) impide de forma deliberada al público acceder a los tratamientos naturales contra el cáncer y otras enfermedades a causa de las presiones de los laboratorios farmacéuticos”.
“Las teorías del complot en el ámbito médico pueden dictar muchos comportamientos en materia de salud”, escribieron los autores, Eric Oliver y Thomas Wood, constatando que quienes creen en estas tesis no son “paranoicos excéntricos” sino gente “normal”.
Paralelamente, “hay políticos que utilizan el sentimiento de desconfianza como un vector del populismo”, subraya Fischer. Antes de lanzarse a la carrera a la Casa Blanca, Donald Trump vinculó en 2014 la vacunación con el autismo en uno de sus tuits lapidarios.
Para luchar contra la desconfianza, la Academia británica de Ciencias Médicas publicó en junio un informe para mejorar la información brindada a los pacientes sobre los medicamentos.
La Academia citaba un sondeo según el cual en materia de medicamentos, únicamente 37% de los británicos confía en los datos procedentes de la investigación médica, frente a 65% que se fía de la experiencia personal de sus allegados.
En Francia, el gobierno creó una misión con el mimo fin, tras la crisis suscitada el año pasado por el Levothyrox, un medicamento contra los trastornos de tiroides, cuya nueva fórmula puede provocar efectos secundarios, según algunos pacientes.
Muchos expertos estiman que la desconfianza hacia el discurso médico se explica también por una nueva exigencia de los pacientes: quieren una mayor implicación en las decisiones que incumben su salud.
Para el profesor Jean-François Delfraissy, presidente del Consejo Consultivo Francés de Ética, los médicos ya empezaron a responder a esta demanda. “Hay que escuchar más y no ejercer únicamente como técnicos. Es lo que espera la población”, resume.