Se estima que, a nivel global, las plagas producen pérdidas que representan del 26 al 80 por ciento de lo sembrado, según el tipo de cultivo, para el maíz la afección potencial sería de una tercera parte de las cosechas y para el trigo de la mitad. A fin de evitar mermas mayores los campesinos recurren a pesticidas, los cuales, además de contaminar el ambiente, alteran ecosistemas enteros y perjudican tanto al suelo como a los humanos.
“Con el objetivo de brindar alternativas no nocivas se ha impulsado el uso de agentes biológicos de control. Por ejemplo, en Europa se emplean nematodos de la especie Steinernema carpocapsae —gusanos entomopatógenos (parásitos de insectos) de menos de un milímetro de largo— y, a fin de hacer algo similar en México, un grupo de académicos y yo secuenciamos el genoma de este animal, lo que aporta datos para mejorarlo genéticamente y hacerlo más efectivo para combatir polillas, escarabajos o moscas típicos del país”, refirió Alejandra Rougon Cardoso, investigadora de la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES) unidad León.
Nos tomó casi seis años concluir este trabajo, en el cual colaboraron instancias locales como el Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad (Langebio) del Cinvestav y la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, e internacionales como las universidades de Cardiff (Reino Unido), de Azores (Portugal) y la Normal de ChongQuin (China), expuso la universitaria.
Los resultados —que pueden consultarse en la revista británica Scientific Reports desde el 23 de noviembre— abren un nuevo horizonte para la agricultura, pues si hasta ahora el argumento para emplear pesticidas tóxicos era su efectividad contra los insectos, descifrar el ADN de estos nematodos permite modificarlos —con cruzas, aunque también podría hacerse transgénicamente— hasta hacer de ellos un agente de control biológico óptimo y acorde al clima, entomofauna y tipo de cultivos que hay en el país.
“Conocer su genoma es la llave para mejorarlos y adaptarlos a determinados tipos de plagas, plantíos y zonas. Además, su costo sería mucho menor al de los productos químicos, lo que sería sumamente benéfico para el campo mexicano pues tendríamos una herramienta menos cara y mucho más segura”, subrayó Rougon.
La evolución de la especie Steinernema carpocapsae es producto de su sorprendente interrelación con un microorganismo patógeno muy específico y el insecto hospedador, indicó la docente.
“El nematodo lleva consigo a una bacteria que ha evolucionado para ser reconocida, almacenada y transportada por el gusano en una bolsa interna. Cuando éste finalmente infecta a un insecto y llega a su hemolinfa (líquido circulatorio), suelta la carga bacterial, la cual mata al bicho en aproximadamente 48 horas”, dijo.
Hay un microorganismo letal para cada tipo de insecto, por lo que este proceso evolutivo puede ser descrito como una guerra armamentista entre patógeno y hospedero, pues los primeros han desarrollado efectores para evadir a los receptores de los segundos, mientras que los hospederos han generado receptores para captar nuevos efectores y defenderse.
Así, a partir del genoma secuenciado (que ya tenemos), podríamos seleccionar y optimizar ciertas cepas de nematodos para atacar a plagas específicas, agregó Rougon Cardoso.
Respecto a experiencias anteriores en las que se han empleado agentes de control biológico que, al acabar con su presa, terminan por volverse plaga al no tener depredadores naturales en el entorno en el cual fueron introducidos, la universitaria señaló que ese riesgo es inexistente con los nematodos.
“Estos gusanos son seguros y no tóxicos para el humano, la fauna o el ambiente. Además, su rango de esparcimiento no es grande, pues no vuelan y sólo están a la caza de insectos específicos, y como en el país hay cepas nativas no se introduciría un patógeno foráneo. Por todo ello, no representan peligro alguno para el entorno, a diferencia de los pesticidas comúnmente utilizados, altamente tóxicos y cancerígenos”.
A la pregunta de cuánto falta para que estos nematodos lleguen a las manos de los campesinos, Rougon Cardoso se mostró optimista al señalar que relativamente poco. “Llevamos ya un gran porcentaje del camino recorrido y ciertamente hemos dejado atrás el tramo más difícil: conocer el genoma y determinar para qué funcionan estos genes, ahora sigue el proceso de la mejora genética”.