Hace 70 años, el 15 de septiembre de 1947 para ser precisos, Diego Rivera daba la pincelada final a uno de sus murales más conocidos: Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, obra que desde entonces ha sobrevivido a ataques vandálicos, al temblor de 1985 e incluso al complejo traslado desde un hotel a punto de colapsar hasta la que sería su nueva casa.
A fin de diagnosticar su deterioro actual, sentar bases para preservarlo y aportar datos que garanticen que cualquier intervención futura sea óptima, el Instituto de Física (IF) de la UNAM —a través del Laboratorio Nacional de Ciencias para la Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural (LANCIC)— se ha dado a la tarea de estudiar esta pieza mediante métodos no destructivos realizados con equipos portátiles.
“Sobre esta obra se han hecho diversos estudios, excepto uno técnico a detalle. Para poner a disposición del INBA un documento con estas características, un equipo multidisciplinario se trasladó cada lunes de 2016 —o al menos el 80 por ciento de ellos— al Centro de la Ciudad de México a fin de analizar el mural”, expuso el profesor José Luis Ruvalcaba Sil, encargado del LANCIC.
Para el académico, trabajar con patrimonio implica respetar al máximo los objetos examinados y ello se traduce en no tocarlos o en hacerlo lo menos posible a fin de no comprometer su integridad, por lo que en esta ocasión tanto él como su colega, María de las Mercedes Sierra (docente de la carrera de Diseño y Comunicación Visual de la FES Cuautitlán y corresponsable del proyecto), se decantaron por una de las metodologías menos invasivas que existen: la imagenología.
“Esta estrategia consiste en registrar fotográficamente una pieza bajo iluminaciones variadas. Debido a que los materiales responden de manera distinta a la luz que incide en ellos (visible, infrarroja o ultravioleta, por ejemplo) nos es posible diferenciar los pigmentos presentes en la obra, las alteraciones a que fue sometida e incluso fisuras difícilmente perceptibles por otra vía”, detalló.
Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central es un fresco que mide 4.75 por 15.67 metros y es el objeto más grande con el que ha trabajado Ruvalcaba Sil hasta la fecha. Justo estas dimensiones obligaron a los expertos universitarios a tomar cientos de fotografías, sección por sección y con la técnica antes mencionada, pues una sola no abarcaba el conjunto en su totalidad. El paso siguiente fue unirlas como si se tratara de un rompecabezas, procesarlas y analizar lo que la imagen resultante tenía que decir.
“Siguiendo nuestra metodología hicimos un registro con luz infrarroja, luego ultravioleta y después con un método llamado infrarrojo de falso color que nos permitió determinar algunas cuestiones prácticas cómo cuántos pigmentos se emplearon en la obra y dónde hay fracturas, alteraciones y repintes, aunque también nos reveló algunos aspectos técnicos sobre la elaboración del mural. Fue como asomarnos un poco a su pasado”.
Las huellas de la historia
El 4 de junio de 1948, cerca de 100 estudiantes de Ingeniería de la UNAM irrumpieron en el Hotel del Prado, donde originalmente estaba el mural, y arremetieron contra éste, molestos porque Rivera había retratado ahí a un hombre (el Nigromante) sosteniendo un pergamino con la tesis: “Dios no existe”. La furia de la turba fue tanta que a fuerza de martillazos borraron la frase hasta dejar una sola palabra: Dios.
La obra fue restaurada al poco tiempo y la leyenda atea sustituida por algo menos polémico, “pero siete décadas después aún se aprecian las huellas de esta agresión, quizá no a simple vista, pero sí a través de estas técnicas que hacen evidente las alteraciones, las cuales se ven como una discontinuidad en la textura del enlucido, como si estuviéramos frente a un mapa topográfico”, expuso el académico.
En aquella ocasión, los inconformes también destruyeron a golpes el sitio donde Rivera se había representado a sí mismo como niño, aunque quizá la ocasión en que el mural estuvo en mayor riesgo fue en septiembre de 1985, cuando uno de los mayores temblores registrados en México derrumbó el Hotel del Prado e hizo imperante remover la obra de entre los escombros.
Si antes un grupo de aspirantes a ingenieros había intentado acabar con esta representación pictórica, la Facultad de Ingeniería de la UNAM se resarciría 37 años después al enviar a algunos de los mejores representantes de su comunidad para salvarla y realizar algo que se antojaba imposible: levantar en vilo este bloque de 35 toneladas, sacarlo de ahí y ponerlo a buen resguardo.
“Por registros históricos sabemos que Rivera empleó una estructura metálica como soporte a su fresco, lo que posibilitó esta remoción, pues la obra no estaba integrada a las paredes del extinto Hotel del Prado. Para saber más del estado de la pieza también le hicimos una radiografía digital —algo novedoso— y ésta nos mostró deformaciones en la malla que hay en su interior, probablemente provocadas por el sismo, y además constatamos que justo en esa zona es donde el mural registra más fracturas”, acotó.
Al mismo tiempo, el equipo del LANCIC empleó ocho métodos diferentes a fin de determinar qué tipo de paleta empleó Rivera al ejecutar esta pieza e incluso obtuvo permiso para acceder al acervo de la Casa Estudio del guanajuatense y analizar y catalogar los cerca de 300 pigmentos que dejó ahí.
¿De qué sirve tener todos estos datos? Para Ruvalcaba, además de ser algo esencial para hacer una caracterización precisa de una obra como Sueño de una tarde dominical, representa un nuevo punto de partida en el manejo y preservación del patrimonio nacional.
“Esto nos demuestra cómo se deberían abordar los acervos y la relevancia de realizar estudios más detallados de objetos importantes a nivel artístico, ya sea para hacer evaluaciones posteriores o entender su evolución en el tiempo”.
El viernes 17 de febrero, a las 18:30 horas, se proyectará en la Sala Julio Bracho del Centro Cultural Universitario el documental Los caprichos secretos de Diego, filme vinculado a este trabajo. La presentación estará a cargo del cineasta Fernando Montaño y de los profesores María de las Mercedes Sierra y José Luis Ruvalcaba Sil.