Cuando llegó al centro médico en Pobe, en el este de Benín, Folahan tenía el rostro cubierto de nódulos, un síntoma de la lepra. Esta mujer forma parte de los 210.000 pacientes diagnosticados en el mundo con esta enfermedad, que se creía erradicada.
Esta campesina, que no conoce su edad, fue puesta inmediatamente bajo tratamiento. Si toma correctamente la medicación durante un año y no tiene reacciones, logrará curarse.
Su hijo de 4 años también tendrá que ser tratado porque esta enfermedad es muy infecciosa.
Asociada generalmente a la Edad Media, la lepra ataca la piel y los nervios y crea lesiones irreversibles en manos, pies y ojos.
Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), la lepra no es un problema de salud pública desde el 2000, con un índice de prevalencia mundial inferior a 1 caso por cada 10.000 personas.
En Benín sin embargo la enfermedad no está erradicada y se registran cada año entre 150 y 200 nuevos casos, de los cuales 10% son niños. Se trata de una cifra estable desde hace 10 años.
“Es cierto que la lepra afecta a menos personas que el paludismo. Pero aquí, el 25% de los casos detectados tienen ya discapacidades graves e invalidantes”, explica el doctor Roch Christian Johnson, presidente de la Asociación Mundial contra la Lepra, de visita en Benín, de donde es originario.
El Centro de Diagnóstico de Pobe fue construido en 2000 alrededor de una antigua leprosería, situada en pleno centro de la ciudad, por la Fundación Raoul Follereau, un organismo caritativo privado francés.
Pobe está un una zona endémica fronteriza con Nigeria, el país más poblado del continente, que registra 4.000 casos de lepra cada año.
“Los pacientes llegan siempre demasiado tarde, cuando tienen heridas con gangrena”, se lamenta el doctor Thierry Gateau, director del centro de Pobe.
En esta zona rural, los leprosos son casi siempre campesinos.
Como Pascal Boton. Este hombre cuenta que fue diagnosticado hace unos 20 años. “Los enfermeros venían a darme el medicamento, y luego ya no vinieron más”, explica a la AFP.
Sin seguimiento regular, las secuelas empeoraron. Uno de sus pies acabó retorciéndose. Sigue trabajando la tierra, su único recurso, pero cuando se hace daño, no siente nada. Si el pie se infecta, tendrán que amputarlo.
El objetivo es detectar la lepra lo antes posible. Los equipos móviles recorren los pueblos extrayendo muestras que son luego analizadas en el laboratorio del centro.
Para el doctor Gateau, es posible erradicar la lepra, bajo una condición: “El país tiene que desarrollarse. La lepra sigue siendo una enfermedad de la pobreza”.
“Aquí la lepra está asociada a la maldición, decimos entonces que venimos a estudiar las enfermedades de la piel”, explica la doctora Annick Chauty, una francesa que lleva 15 años en el centro.
Casas destruidas, campos saqueados, mujeres repudiadas… Se hace todo lo posible para expulsar a los enfermos, a menudo discapacitados por las secuelas de la lepra.
En Benín, “se cree que la enfermedad llega” por un sortilegio maldito, añade el doctor Ambroise Adeye, cirujano para la fundación y en el hospital público de Pobe. “Los leprosos van primero a ver a los curanderos, y luego empeoran. Después esperan a tener dinero para ir” al médico.
El tratamiento, compuesto por tres antibióticos, es gratuito y se receta en los dispensarios del país.
Para dar a conocer el tratamiento, el programa nacional de lucha contra la lepra del ministerio de Sanidad difunde mensajes en las radios.
Oladélé está curado desde hace tres años. La única secuela que le ha quedado de la lepra son los dedos un poco encorvados. Hoy, este joven de 24 años es barbero en una peluquería recién inaugurada en Pobe.
“No quería volver al campo. El centro me propuso formaciones y yo escogí la peluquería”, dijo.