En una oscura celda con literas de la prisión para mujeres de Bimbo, en la capital de la República Centroafricana, unas reclusas encarceladas por brujería pasan las cuentas de un rosario acurrucadas alrededor de estampas.
Casi la mitad de las 42 presas de Bimbo están acusadas de prácticas de charlatanería y de brujería, un delito contemplado por los artículos 149 y 150 del código penal centroafricano.
“Me han traído aquí por culpa de mi hermana Nina. No reconozco el acto por el que estoy en la cárcel. Su marido murió porque lo habían curado mal y mi hermana me creó problemas”, explica Sylvie en el patio del centro penitenciario donde lleva un año a la espera de juicio.
A su alrededor, las reclusas tienden la ropa, cocinan o vigilan a los niños, entre muros con alambre de espino.
Su historia es muy parecida a la de otras: alguien muere o cae enfermo en una familia, entonces un pariente acusa, con sinceridad o malicia, a un familiar o a un vecino de ser responsable de lo ocurrido.
“La brujería le plantea un problema al legislador centroafricano. Siempre es algo místico, entonces para un juez es complicado tomar una decisión”, explica Nadia Carine Fornel Poutou, presidenta de la Asociación de mujeres juristas en Bangui, que dirige talleres de sensibilización sobre el tema.
Como las pruebas son difíciles de obtener, la acusación equivale a menudo a una condena. Algunos usan el fallo jurídico para ajustar cuentas, saciar sus celos, estima la jurista. Y las mujeres son las principales víctimas.
“Siempre se acusa de brujería a una categoría muy precisa de personas: las vulnerables, las mujeres, los niños y los ancianos”, afirma Nadia Carine Fornel Poutou.
“A las mujeres se las persigue mucho más” que los hombres, corrobora Roger N’Gaka-Passi, responsable de la prisión de Bimbo.
“No hay muchos hombres”, añade. De hecho en República Centroafricana se desconfía mucho más de las mujeres en temas de brujería.
Según la investigadora en antropología Louisa Lombard, experta en República Centroafricana, el desmoronamiento de las sociedades tradicionales, agravado por el conflicto en el país desde 2013, permite a las mujeres competir con los hombres y poner en entredicho el orden patriarcal, lo que las convierte en “blancos” sociales.
Sylvie es más afortunada que otras reclusas acusadas de brujería. Su hermana se disculpó, de modo que podrá volver a su barrio cuando salga de la cárcel.
Es posible, no obstante, que su paso por Bimbo la persiga. “En general, aunque las mujeres acusadas (de este delito) salgan de prisión se exponen a un rechazo de su comunidad, eso en caso de que no sufran la venganza popular”, explica Nadia Carine Fornel Poutou.
En su ordenador, la jurista consulta con tristeza una fotografía tomada en Boali, a 100 km al noroeste de Bangui, en 2015. Se ve a una anciana, acusada de brujería, despedazada, mutilada atrozmente.