Una lechuza surge de la pulpa de un melón, varias rosas, de la de una papaya… No es una visión psicodélica, sino el resultado de una tradición antigua, la escultura de frutas, que sobrevive en Tailandia.
Animales, criaturas mitológicas, flores. Los temas de inspiración son múltiples en este salón de esculturas celebrado el viernes en Bangkok.
“Esculpir es bueno para la mente porque desarrolla nuestra concentración y nuestra imaginación. Es una forma de relajarse”, explica Piyanat Thiwato, un estudiante de 22 años.
“Lleva años aprender a esculpir”, explica el joven que dice estar “orgulloso como tailandés” de perpetuar esa tradición, que se realiza con un fino cuchillo metálico.
Esa forma de escultura, especialmente popular en Asia y sobre todo en Tailandia, nació durante el reinado de la dinastía de Sukhotai, en el siglo XIV.
“El arte de la escultura de frutas comenzó hace cientos de años. Es un verdadero tesoro el que tenemos. Antaño la familia real lo practicaba en los palacios”, explica Araya Arunanondchai, de 70 años, organizadora del evento celebrado por el cumpleaños de la reina de Tailandia, que se festeja el 12 de agosto.
Hoy en día sigue siendo una valiosa ofrenda en los templos budistas o en las ceremonias importantes como las bodas.
También es una atracción para los turistas, quienes pueden asistir a cursos de esculturas en su visita al país asiático.
Pero, en realidad, son pocos los jóvenes tailandeses que perpetúan esa tradición. “Hay pocos jóvenes interesados por eso, y quienes lo estudian no pueden vivir de ello”, lamenta Manirat Svastiwat na Ayutthaya, experta en esculturas de frutas.
Esa actividad, considerada como una disciplina artística en el país, se enseña en las facultades de arte, al igual que la pintura o la escultura de piedra.