El templo de la Santa Muerte de Tultitlán, en el Estado de México, cumple diez años con cientos de devotos que rindieron culto a la imponente figura que domina el espacio, la imagen de la “Niña blanca” más grande del mundo.
Con 22 metros de altura y seis metros de base, una gigantesca estatua se erige en este municipio colindante a la capital mexicana.
Está hecha de fibra de vidrio, viste de negro y extiende sus brazos. Sobresalen sus esqueléticas manos y calavera.
La imagen, que se divisa de lejos en esta zona de inmuebles bajos, es sin duda tenebrosa. Pero para sus devotos es un oasis de esperanza, paz y amor.
“Es un culto hermoso, ancestral, y me siento orgullosa de pertenecer a él porque aquí todos son bienvenidos. Son vistos como hermanos, no importa ni el color de la piel, ni el estatus social, ni las preferencia sexuales. Aquí todos somos hermanos”, dijo a Efe Enriqueta Vargas, la “madrina” del templo.
Vargas lleva un peculiar vestido con reminiscencias aztecas. Y en la entrada del recinto recibió con un cáliz con incienso a una peregrinación de un centenar de personas.
La procesión, con varias imágenes de la Santa Muerte, era encabezaba por una serie de danzantes aztecas, que hacían sonar enormes caracolas y daban fe del sincretismo religioso de este culto denostado por la iglesia.
El culto a la Santa Muerte tiene un pasado enigmático y según diversos investigadores se remonta a 1795, cuando los indígenas adoraban un esqueleto en un poblado mexicano.
Se mantuvo en secreto durante casi dos siglos, y en la capital empezó a proliferar en la década de los cuarenta del siglo XX.
La eclosión del fenómeno, que dice tener unos doce millones de fieles en todo el mundo, se produjo a mediados de los noventa.
Desde primera hora de la mañana este templo, que se abre cada día, era un hervidero de devotos llegados de todo el territorio mexicano como los estados de Veracruz, Hidalgo o Guadalajara.
Saludaban a la gran imagen, se arrodillaban, rezaban y se tomaban fotos con ella, y también visitaban los nichos que hay alrededor con figuras tan curiosas -para la Iglesia, blasfemas y fruto del demonio- como una imagen de la Santa Muerte con un Jesucristo moribundo en brazos.
Algunos de los feligreses iban en comitiva y otros por su cuenta.