En esta nota transcribo fragmentos de las palabras pronunciadas por el Dr. Ignacio Burgoa Orihuela en la ceremonia por su quincuagésimo aniversario como profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, que se llevó a cabo en el aula “Jacinto Pallares” el 30 de mayo de 1997.
El maestro Burgoa hace remembranzas y platica que en 1947 fue cuando empezó a dar clases como profesor adjunto de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, relatando un sinnúmero de anécdotas, de los vivos recuerdos de hechos, de actos, de personas y de maestros. Recordó al gran maestro y jurista yucateco Don Vicente Peniche Lopez (1889-1952), de quien fue alumno en la cátedra de Garantías y Amparo en el año de 1938; platicó con profunda admiración cuando Peniche Lopez era el Director de la Escuela, a quien lo fue a ver para pedirle si fuere posible que se reanudaran los exámenes por oposición para que él pudiera presentarse para dar una clase como maestro adjunto de Garantías y Amparo, a lo que el Director de la Escuela Nacional de Jurisprudencia localizada en San Ildefonso, con su acento yucateco, le contestó a Burgoa que no había lugar en la Escuela y que ni el “Chato” Noriega, ni Mariano Azuela, ni él [Peniche] le darían un espacio para que él [Burgoa] impartiera una clase.
Una de las anécdotas sobre el ilustre maestro Peniche Lopez que yo recuerdo con muchísima admiración y respeto era la que platicaba el Lic. Víctor Manzanilla Schaffer sobre cómo el maestro Vicente Peniche Lopez había salvado la vida de su papá, Víctor Manzanilla Jimenez (1890–1962), abogado y político yucateco, famoso orador contra la dictadura de Porfirio Diaz, quien en 1909 colaboró en la candidatura presidencial de Gustavo A. Madero y en 1914 se afilió al movimiento constitucionalista de Venustiano Carranza. Eran momentos muy difíciles, pues México se encontraba en plena revolución, y Manzanilla Jiménez fue detenido por sus opositores y sentenciado para ser fusilado en el paredón. Como la última medida posible para salvarle la vida a Manzanilla Jimenez, le avisan a Peniche Lopez que iban a fusilar a Manzanilla, y corriendo en la madrugada en pijamas y con sus alpargatas ticuleñas, llegó a la prisión donde se encontraba Manzanilla, sabiendo que moriría en cualquier momento frente al pelotón. Peniche Lopez, quien era juez de distrito (1918-1921), llegó a la prisión en la madrugada con un amparo en la mano que ordena la suspensión de la ejecución de Manzanilla, acto que de inmediato fue obedecido, salvándole la vida y abriendo las puertas a la libertad.
El maestro Peniche Lopez, en su cátedra de Garantías y Amparo, explicaba con todo lujo de detalles la historia y tradición de la supremacía judicial que existe en los Estados Unidos de América a través de las ejecutorias dictadas por la Corte, comentando hasta el menor detalle la figura del famoso presidente de la Suprema Corte de Justicia John Marshall, a quien admiraba enormemente. Comentaba que la Constitución de EUA no señalaba cuáles eran las funciones de la Suprema Corte de Justicia y cómo fue John Marshall quien, como presidente de la Suprema Corte (1801-1835), convirtió a la Suprema Corte en el máximo intérprete de la Constitución e hizo que la doctrina del recurso de inconstitucionalidad (judicial review) fuera aceptada tanto por el poder legislativo como por el poder ejecutivo, poniendo en pie de igualdad al poder judicial.
El maestro Peniche Lopez exhortaba a que se hiciera justicia y se reconociera la importancia de la obra de su ilustre paisano yucateco don Manuel Crescencio Rejón, quien dejó plasmadas en la Constitución de Yucatán de 1841 las bases para el Juicio de Amparo, estableciendo los mecanismos para proteger los derechos individuales contra actos de autoridad.
Peniche Lopez relataba en sus clases la dramática lucha del pueblo mexicano por la conquista de las garantías individuales, recalcando que todos y cada uno de los individuos tienen y gozan de la protección que otorga a todos los mexicanos el Juicio de Amparo contra la arbitrariedad de la autoridad. Platicaba cómo el 16 de septiembre de 1810, con el Grito de Dolores, se llamó a la sublevación en México y como Jose Maria Morelos y Pavón luchó para que su frase celebre se hiciera realidad: “Que todo el que se queje tenga un tribunal que lo escuche, lo ampare y lo proteja contra el fuerte y el arbitrario".
Vemos pues que México lleva desde 1810 luchando para tener una Constitución que proteja las garantías de legalidad, pilares fundamentales del estado de derecho. Respetando que la ley es la ley y hay que acatarla. Desafortunadamente hoy en el Congreso de la Unión, escuchamos todos los días como NO se respeta la Constitución. La ignorancia de la ley por parte de la presidente Claudia Sheinbaum quedo a la vista de todos, cuando en una de sus mañaneras manifestó:
“Entonces, la [Suprema] Corte hace esa propuesta, pero el problema es que están legislando, están cambiando la Constitución, porque ya es constitucional la reforma al Poder Judicial”.
No sabe o de plano no quiere entender la presidente que tener una democracia requiere tener dividido el poder en tres diferentes y autónomas ramas. Sería muy provechoso que la presidente Claudia y los miembros de Morena lean con detenimiento las notas de las clases del maestro Peniche Lopez, explicando que el Poder Judicial tiene la obligación de determinar la validez de las leyes, especialmente cuando existe un conflicto entre una ley y la Constitución, y así poder entender que la Suprema Corte es la responsable de hacer efectiva la supremacía constitucional, interpretando la Constitución y garantizando que las leyes se apliquen de acuerdo con sus principios, conceptos que se consagran como la piedra angular de toda democracia.
Añoramos aquellos tiempos donde existía cierta independencia del poder judicial. No me quiero ni asomar a ver la dictadura que se está creando este próximo domingo 1° de junio en México, regalo que el Congreso le presentó en charola de plata a la presidente de nuestra antigua república, ni tampoco quiero ver cómo el poder judicial se desvanece ante nuestros ojos, volando desde un palomar para no volver.
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