HÉCTOR ZAGAL

Madre, reina y estratega

Uno de los ejemplos históricos de madres que dan todo por sus hijos es el de Olimpia, mamá del mismísimo Alejandro Magno.

Estatua de Alejandro Magno, rey de Macedonia.
Estatua de Alejandro Magno, rey de Macedonia. Créditos: Foto: Pixabay
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El corazón de una madre
No hay ser de corazón tan puro y amable como el de una madre. No importa si su hijo es un criminal, un político o un jugador del América: su madre siempre lo amará y lo considerará un santo. ¿Qué sería de nosotros sin nuestras adoradas madres?

Sin embargo, entre madres hay diferencias: algunas darían todo por asegurar el bienestar de sus hijos o, en ciertos casos, el trono de un gran imperio. Hay muchos ejemplos históricos, pero uno de los más notables es el de Olimpia, madre del mismísimo Alejandro Magno.

Olimpia de Epiro: madre de un conquistador
Olimpia de Epiro fue la reina consorte del rey de Macedonia, Filipo II. Se trató de un matrimonio arreglado para fortalecer la alianza entre Epiro y Macedonia. Sin embargo, los reyes macedonios eran polígamos: Filipo II podía tener varias esposas que competían entre sí por ser la favorita y, sobre todo, por asegurar que sus hijos heredaran el trono.

En este contexto, el joven Alejandro III, más tarde conocido como Alejandro Magno, ya caminaba por los pasillos del palacio. Su padre, consciente de su potencial, mantenía conversaciones con Aristóteles para que se convirtiera en el tutor del futuro conquistador de Asia, África y Grecia.

El conflicto por la sucesión
En el año 337 a.C., Filipo se casó con otra Cleopatra (no la egipcia, sino la macedonia). En un altercado con Olimpia, el rey no defendió el derecho de Alejandro al trono e insinuó que la descendencia de su nuevo matrimonio podría tener igual o mayor legitimidad. Ofendida y temerosa por el futuro de su hijo, Olimpia se exilió con Alejandro en Epiro.

Algunos años después, Olimpia regresó a Macedonia, donde se encontró con la noticia del asesinato de Filipo II a manos de su guardaespaldas. Las habladurías apuntaron rápidamente hacia ella como posible autora intelectual. Aprovechando el vacío de poder, Olimpia eliminó a Cleopatra y a su hijo, despejando el camino para que Alejandro ascendiera al trono de Macedonia.

El ocaso de una madre guerrera
Aunque Olimpia logró que su hijo se convirtiera en rey, su historia no terminó ahí. Mientras Alejandro conquistaba reinos y expandía el helenismo, ella continuaba ejerciendo influencia en el reino, algo que el regente Antípatro veía con desconfianza.

Con la muerte de Alejandro en el 323 a.C., el vasto imperio quedó en manos de sus generales, conocidos como los diádocos. Olimpia fue asesinada en el 316 a.C. por Casandro, el diádocos de Macedonia. Su nieto, Alejandro IV, y Roxana, esposa de su hijo, tampoco pudieron escapar de la ambición militar.

Un legado de fuerza y devoción
Olimpia no solo fue la madre de uno de los mayores conquistadores de la historia; su fiereza, valentía y astucia la hicieron merecedora de reconocimiento propio. Su amor maternal fue tan implacable como el ímpetu guerrero de su hijo, porque, al final, una madre siempre vela por el bienestar de su hijo, aunque en algunos casos esto implique decisiones drásticas.

(Héctor Zagal, profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana, y Emilio Montes de Oca, coautores de este artículo, conducen el programa de radio El Banquete del Dr. Zagal todos los miércoles a las 22:00 y los sábados a las 17:00 en MVS 102.5 de FM)