¿Sabías que, alguna vez, en la actual Ciudad de México existió un sistema de lagos que abarcaba no solo el territorio capitalino, sino también parte del actual Estado de México? Así es. Aunque hoy veamos una selva de concreto, con calles llenas de baches, coladeras sin tapa, bajadas peligrosas y puentes peatonales que solo usan los perros (o, si vive usted en el bellísimo Naucalpan, hasta los automovilistas), aquí hubo peces, patos y chinampas.
No sabemos con certeza si el dios Huitzilopochtli ordenó fundar la gran ciudad de México-Tenochtitlan o si se trató de un mal viaje de pachuli, pero lo que sí entendemos es por qué —fuera cual fuera la causa— se decidió construir una ciudad justo ahí: por el agua.
A lo largo de la historia, el ser humano ha erigido grandes ciudades junto al agua: en el Nilo, Memphis; en el Éufrates, Ur; en el Tíber, Roma. Los ríos regaban sembradíos, facilitaban el transporte y servían de drenaje. Para beber, sin embargo, se prefería el agua de pozos o manantiales: ya desde la antigüedad se sabía que la de los ríos no era la más confiable para el consumo humano.
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Pero el agua no solo sirve para beber o cultivar. También se usa para la limpieza y la recreación. Los romanos, por ejemplo, construyeron enormes termas públicas en sus ciudades. Para abastecerlas, levantaron largos acueductos, como el Aqua Marcia, que surtía a Roma y podía transportar más de 2 mil 200 litros por segundo. Las Termas de Caracalla, construidas hacia el año 216 D.C., eran imponentes. No solo eran baños: también eran centros de reunión. Ahí se reencontraban viejos amigos, se discutía de política, se escuchaban chismes… Total, que se parecía al vestidor de un club moderno.
Lo que seguramente sorprenderá a muchos jóvenes lectores de este artículo es que, dentro de las termas, todos estaban desnudos (imagínense qué descaro). Y no solo no era mal visto: si alguien se empeñaba en cubrir sus “joyas”, se le miraba con desdén. Ordinariamente, hombres y mujeres se bañaban por separado, pero en algunos periodos hubo termas mixtas y, sí, a veces había algo más que conversación en ellas. Séneca, por ejemplo, reprobaba las conductas licenciosas que ocurrían en esos espacios compartidos. Pero lo cierto es que tales conductas no se limitaban a las termas mixtas: también en los baños de varones había algo de “acción”, tal como sugieren Juvenal y Petronio en El Satiricón. ¿Será una costumbre solo del pasado?
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De hecho, la costumbre de construir regaderas completamente separadas en baños públicos es relativamente reciente. Resulta curioso, en efecto, que mientras en redes sociales la gente se exhibe en calzones y cuenta sus intimidades de alcoba, al mismo tiempo las regaderas de los clubes modernos se vuelven cada vez más pudorosas.
Yo, por lo pronto, siempre me baño en casa.
Héctor Zagal, profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana, y Emilio “Fresco” Montes de Oca, coautores de este artículo.