OPINIÓN LETICIA GONZÁLEZ MONTES DE OCA

Una tarde con Vicent

Por él siento que conozco sus amadas playas de nombres hermosos: Denia y la Malvarrosa, “la patria sentimental donde la luz tiene la forma del recuerdo”.

Manuel Vicent.
Manuel Vicent.Créditos: EFE
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Así se llamó el homenaje que hace unas semanas rindió el Instituto Cervantes a Manuel Vicent, a quien no le interesa gran cosa ser conocido fuera de su España y, sin embargo, somos miles los que desde el otro lado del mar le dedicamos el primer o segundo pensamiento al despertar cada domingo, esperando acompañar el café con su columna en El País: textos que no solo se disfrutan en el instante, sino que se quedan a vivir en la memoria, algunos, se sospecha, para siempre.

Párrafos que pintan retratos casi visibles de sus ideas, de sus recuerdos, de él mismo en diferentes momentos de su vida.

Leyéndolo lo he podido ver siendo niño de seis años, montado en un caballito de carrusel, con una sonrisa inevitable y los ojos agrandados cuando el encargado, al cerrar, le regaló las vueltas que duraba una canción solo para él.

También lo he imaginado en pijama, al amanecer, dudando si girarse hacia la izquierda para escuchar con el oído derecho el canto de los mirlos, o hacia el lado contrario para oír, resignado, las noticias catastróficas en el radio del buró, debatiéndose entre la armonía del mundo y la ruina de cada día.

Y escondido bajo una bufanda, en el anonimato de la noche, mirando y remirando desde la banqueta el escaparate donde reposaba su primer libro.

Lo pensé en la despedida que le obligó a romper el orden sagrado de las partidas, lo que no debería vivir nadie, y menos aún quien ya siente cercana la desembocadura del río. “Sé muy bien que con el tiempo todo se desvanece, pero, mientras viva, ni el tiempo ni la muerte podrán arrebatarme nunca el amor que sentía por mi hijo y el que él me regalaba con su furiosa alegría de vivir.” 

Por él siento que conozco sus amadas playas de nombres hermosos: Denia y la Malvarrosa, “la patria sentimental donde la luz tiene la forma del recuerdo”.

Por uno de sus tantos libros supe que la canción “Y sin embargo te quiero” no era de Sabina, ni pensada, como lo suponía, para la grandiosa voz de Mara Barros, sino obra de tres letristas sevillanos, Antonio Quintero, Rafael de León y Manuel Quiroga, escrita para Juanita Reina e inmortalizada más tarde por la más grande de las coplas, Conchita Piquer, allá por los años cincuenta.

Por su prosa disfruté al doble una exposición de las pinturas de Sorolla, con quien compartió el mar, aunque en distinto tiempo, al ser ambos creadores valencianos. “Cuando vi por primera vez un cuadro de Sorolla pintado en el Mediterráneo yo ya me lo sabía, saber solo es recordar.”

Por él me interesé en la vida de la Pasionaria, la fervorosa autora del mantra de resistencia “¡No pasarán!”, de los tiempos “cuando la izquierda era guapa.”

Esperé inútilmente a que entrara por la puerta del Café Gijón la única vez que estuve allí, pero a qué iba a ir, si ya casi nadie queda.

No contaré aquí el desenlace de aquella historia de su infancia, cuando junto a su casa había una construcción bombardeada y él retiraba escombros, convencido de que debajo encontraría una mujer desnuda. Prefiero invitarlos a buscar el video del homenaje en YouTube y disfrutar la forma encantadora en que Manolo, para sus amigos, narra sus anécdotas, en franca tertulia con otros de su estatura, Serrat entre ellos.

Por su inteligencia, su humor, su serenidad y su calidad humana, que haya miles de mañanas de domingo con Vicent.