En estos tiempos en que ya nadie tiene quien le escriba, recibo un mensaje de un amigo de mis primeros años de colegio, allá cuando nuestro profesor de música era un señor barbón que cargaba una guitarra llamado Alberto Lozano, que después se volvió algo famoso y quien nos enseñó que el mundo es una bola de agua y tierra y que somos como polvitos así chiquitos como la arena.
Algo así decía el mensaje: corre en las redes una anécdota que cuenta de cuando una mujer le hizo ver a Sabina que ninguna de sus canciones era de amor; entonces él decide escribir una, así nada más, sin dedicársela a nadie en particular, “hice una canción de amor sin tener ese amor”, dicen que dice que dijo, y que así nació Así estoy yo sin ti, en los años ochenta.
Esa letra es bellísima, le respondo, pero no es una canción de amor. Repaso en mi mente las estrofas para comprobar que es, como el resto de su repertorio -con dos o tres salvedades-, un poema de desamor, entendido no tanto como carencia, sino como la desaparición de un lugar sagrado al que solo se llega con un otro. Es diagnóstico y a la vez placebo individual y colectivo ante un hondo lamento.
Creo, además, que esa descripción de la sensación de desamparo que transmite proviene de su genio, que solo atado por un hilo invisible a un corazón cerrado por derribo fue capaz de destilar los veinte adjetivos elegidos: extraño, torpe, absurdo, vacío, obscuro, negro, febril, perdido, huraño, triste, vencido, lascivo, furtivo, errante, quemado, solo, inútil, violento, amargo y macabro, usados como materia prima de metáforas exactas para decir “te extraño” o algo así. Detrás de aquel taxi errante por el desierto y de la carta febril de un preso, me jugaría la boca que hubo nombre, sobrenombre y apellido.
Sabina ha encontrado cómplices a través de historias cantadas que exprimen medio limón sobre la herida del amor, el que hace que valga la pena esta vida, aunque se haya ido. Antes de “la maldición del cajón sin su ropa” existió la bendición del cajón ocupado, como lo habrá estado él mismo amando a la musa sin gastar tiempo documentándolo.
Ya lo dijo Machado a Pilar, quiero decir, Juan de Mairena a una tal Guiomar: solo se canta lo que se pierde.
Y bueno, siento que oigo su voz de lija: “soy de otro planeta: no tengo ni móvil ni feisbú ni tuiter ni la madre que los parió y no sé ser de otra manera”. Así que, querido amigo, una de dos: o la anécdota es un bulo, como llaman en España a las noticias falsas, o Joaquín eligió como respuesta un par de mentiras piadosas. No tengo un veredicto, me excuso del papel de jurado, fiscal o defensor en este caso por riesgo de ser imparcial; pero ese sería lo más parecido a mi argumento de cierre.