Morir nos da miedo. Nos aterra perder nuestra carne, nuestros ojos, nuestra rutina. Incluso para quienes creen en la inmortalidad del alma, la muerte angustia. Es lógico que los seres humanos hayan querido preservar los cadáveres, como una manera de conseguir la inmortalidad.
Los egipcios fueron maestros en el arte de la momificación. El término “momia” proviene del árabe clásico mumiya, “betún de embalsamar cadáveres”, y este, a su vez, proviene del persa mum 'cera'. Y no, betún no significa aquí la deliciosa crema para los pasteles, sino una sustancia orgánica, viscosa, negra y de alta densidad, compuesta por hidrocarburos aromáticos, que abundaba en el Mar Muerto.
Existen momias naturales y momias artificiales. Las primeras se conservaron sin que el hombre se lo propusiera. Este es el caso de las momias de Guanajuato, ferozmente combatidas por el Santo. Los minerales del suelo del cementerio donde fueron enterradas y las condiciones meteorológicas preservaron los cuerpos. ¿Las han visitado? Son macabras. No deja de tener un deje de humor negro que afuera del lugar vendan momias de dulce charamusca, muy parecidas a las originales.
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Las momias artificiales, en cambio, son sujetas a un proceso de embalsamamiento con el propósito de conservar lo más posible el cuerpo. Las momias egipcias son el mejor ejemplo, pero hay otros casos como el de los angu (o los Kukukuku) de Nueva Guinea. Los angu inventaron un método de embalsamado muy especial que ha pasado de generación en generación. Este pueblo preserva a su muertos tras extraerles la grasa y someterlos a proceso de ahumado. Luego, untan la piel con resina para evitar las proliferación de bacterias y el mal olor. Finalmente, aplican una savia llamada kaumaka, para cubrir las grietas del cuerpo y hacer las veces de pegamento. El proceso puede llevar entre tres y dos meses, dependiendo del volumen de la persona (en mi caso, el proceso llevaría un par de semanas, je, je).
Ya con el difuntito hecho cecina, con ayuda de palos, acomodan el cuerpo como si estuviese sentado y lo colocan al lado de otras momias de suerte que simulen una asamblea. A ellas acuden las personas, cuando requieren de algún consejo de sus antepasados. ¿Tú que les preguntarían a su tatarabuelos? ¿Se imaginan? ¿Ver el rostro reseco de tu abuelo? Estoy seguro de que las momias me dirían: “Te lo dije, Héctor te lo dije, mejor te hubieras quedado soltero”.
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En en 1991, el gobierno de Papúa Nueva Guinea prohibió esta práctica por razones de higiene. Y es que no sólo se momificaba al difunto, sino que también se utilizaba la grasa del cadáver para untársela a los deudos, como una manera de recibir las virtudes del difunto. Les confieso que eso es para mi demasiado. Yo digo, que el mejor recuerdo que te puede dejar un antepasado, es una abultada cuenta en un banco suizo y unos buenos genes. ¿No?
Las momias permanecen expuestas en el lugar. ¿Te imaginas cómo debe ser una noche ahí? ¿Te se animarías?
Sapere aude! ¡Atrévete a saber!
@hzgal
(Héctor Zagal y Óscar Sakaguchi, coautores de este artículo, son conductores del programa El Banquete del Dr. Zagal en MVS 102.5 todos los miércoles a las 22:00 y los sábados a las 17:00)