Mañana comienzan las clases de primaria y secundaria. Los papás están contentos. Pero el domingo previo al inicio del nuevo curso es fúnebre para muchos niños.
Esa noche, mi madre se desvelaba forrando con papel verde y plástico transparente decenas de cuadernos y libros. Al otro día, los cargaríamos en nuestras mochilas a punto de reventar. ¿Por qué las escuelas gustaban del verde? Uniformes, paredes, cuadernos. Todo era verde cenizo. Un verde de pintura de aceite. Verde que te odio verde.
Para hacer más llevadera la tragedia, mis padres me compraban algún estuche colorido para lápices o una mochila nueva. La ilusión de estrenar algo mitigaba el sufrimiento. Bien pronto, las maestras arrancaban la escasa ilusión que lográbamos forjarnos.
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En realidad, mis primeros dos años de primaria fueron felices. Estudié en un colegio activo, el Colegio Freinet, que por aquellos tiempos quedaba en la colonia Roma de la Ciudad de México, en la calle de Sinaloa, si mal no recuerdo. Era un colegio activo. El optimismo de los años 60 aún se percibía en el ambiente. Los Beatles aún no se habían separado. Sin embargo, al terminar el segundo año, mis padres decidieron cambiarme a un colegio ultraconservador de la Colonia del Valle. Les parecía que, si seguía en el Freinet, terminaría convirtiéndome en guerrillero. Otro día les platicaré de esta escuela…
El choque con mi nueva primaria fue brutal. Pasé de la libertad al panóptico carcelario. En tercero y quinto de primaria sufrí a Miss Elda. Una mujer de unos treinta años. Morena, mal encarada y con barros. Me regañaba por mi pésima caligrafía. En tono apocalíptico, aquella arpía profetizaba que, si no mejoraba mi letra, jamás terminaría mis estudios. Se lo advirtió a mi madre repetidamente. Quisiera toparme con ella. Ahora vivo de escribir y mi letra sigue tan fea como entonces.
Otro de los engendros del aquel colegio era Miss Bebita. Supongo que se llamaba Genoveva. Utilizaba un peinado alto, maquillada con polvos blancos y rosas. Dizque tocaba el piano. Nos mantenía de pie durante una hora, obligándonos a entonar (sic) canciones de tríos mexicanos que ya para esa época eran prehistoria. Supongo Miss Bebita habrá ido a dar a uno de los círculos de la Comedia del Dante, donde la atormentarán con corridos tumbados de Peso Pluma a todo volumen por toda la eternidad.
Teníamos dos directoras. Una para español y otra para inglés. La de inglés se llamaba Miss Scarger, una anciana gorda y regañona. Reconozco, eso sí, que el poco inglés aprendí, fue gracias a esa escuela.
Entre mis amigos estaba Scott. Un muchacho de Puerto Rico, que hablaba más inglés que las profesoras. Un tipo agradable. Sabía mucho de Roma antigua y de ovnis que, por aquel entonces, estaban por invadir la Tierra.
He pensado que debería encontrar a los dueños del Colegio y demandarlos por el daño que me causaron. Mi sueldo no me alcanza para pagar las terapias y las consultas con el psiquiatra.
(Héctor Zagal, profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Panamericana, conduce el programa “El Banquete del Dr. Zagal” todos los miércoles a las 22:00 y los sábados a las 17:00 hrs en MVS 102.5 desde la CDMX)